9° Parte Del Legado de las Sombras Ardientes: El Susurro de la Luna Rota

Capítulo 1: Las Grietas del Olvido
La luna negra con fisuras doradas comenzó a sangrar luz. Cada gota que caía al desierto de relojes intactos germinaba como una flor de cristal, cuyos pétalos mostraban escenas de ciclos pasados. Nyxira, en Valeria, sintió el cambio: sus alas de hielo transparente se tiñeron de oro, y escuchó un canto ancestral. Mientras, en el mundo sin Dragonantes, el joven Eryon (descendiente de Aldo y Lys) halló una de las flores. Al tocarla, una visión lo atravesó: Lumina, en sus días humanos, llorando sobre el cuerpo de Nadia. «No es una flor… es una advertencia», murmuró, pero ya era tarde. Las grietas lunares se extendieron, y los primeros desaparecidos fueron reportados: humanos y escamosos cuyos cuerpos se volvieron polvo dorado.
Capítulo 2: El Culto de la Canción Rota
En Valeria, surgieron los Hijos de la Grieta, fanáticos que tallaban las flores de cristal en instrumentos. Su música convocaba sombras con forma de dragones sin rostro, que devoraban el tiempo de los edificios. Nyxira, al enfrentarlos, descubrió que usaban su sangre seca (encontrada en el antiguo altar de hielo negro) para abrir portales hacia la luna. Uno de los líderes, Veyra, una niña con ojos de espejo, le gritó: «El Heraldo viene… y tú eres su puerta». Esa noche, el canto alcanzó su clímax: una figura humana con rasgos de Aldo, pero con garras de Dragonante, emergió de una grieta.
Capítulo 3: El Espejo de Dos Mundos
Eryon, perseguido por las sombras, halló un fragmento del espejo roto de Lumina en el desierto. Al mirarse, no vio su reflejo, sino a Nyxira gobernando en Valeria. La conexión los unió: ella sentía sus heridas, él veía sus recuerdos. Juntos descubrieron que la luna era una prisión ancestral, donde los primeros Dragonantes enloquecidos fueron encerrados. Pero el «Heraldo» no era un enemigo: era un mensajero, cuyo cuerpo albergaba el alma colectiva de los prisioneros. Eryon, usando el espejo, viajó a Valeria… pero su llegada aceleró la corrosión de ambos mundos.

Capítulo 4: La Danza del Heraldo
El Heraldo, de nombre Karyon, atacó el palacio de Nyxira. Sus garras no dejaban heridas físicas, sino cicatrices en el alma. En la batalla, Nyxira usó su llanto para congelarlo, pero el hielo se derritió al revelar su rostro: idéntico al de Aldo. «Tú me creaste», le dijo Karyon, mostrando una cicatriz en el pecho donde alguna vez latió el corazón de Lys. Eryon, al intervenir, descubrió que podía manipular las flores de cristal: cada una que destruía le daba un recuerdo de Lumina. Pero el precio era su humanidad: su piel comenzó a cubrirse de escamas doradas.

Capítulo 5: El Pacto de la Luna Sanguínea
Las grietas lunares se abrieron como heridas, y de ellas emergió una entidad titánica: Astragha, la matriarca olvidada de los Dragonantes, cuyo cuerpo era una constelación de ciclos rotos. Nyxira, usando los espejos de Lumina, intentó comunicarse, pero solo recibió un mensaje: «Para liberarnos… debes sustituirnos». Eryon, ahora medio transformado, propuso un sacrificio: usar su conexión con ambos mundos como anzuelo para atraer a Astragha al vacío. Pero Karyon, revelando su lealtad dividida, traicionó a los Hijos de la Grieta: «Yo no soy mensajero… soy prisionero». Con un último acto, se inmoló para sellar parcialmente las grietas, pero su muerte liberó una onda de energía que fusionó a Eryon con el espejo roto.

Epílogo: Las Semillas de la Nueva Prisión
Un año después, la luna sangrante seguía en el cielo, pero las grietas estaban selladas con el oro de las flores de cristal. Nyxira, ahora con un ojo dorado y otro de hielo, gobernaba junto a Eryon, cuya mitad inferior era un torbellino de reflejos. En el mundo sin Dragonantes, las flores crecían en ciudades abandonadas, y en su centro, un niño dibujaba en la arena un sol negro con rasgos de Karyon. Clara, aunque su estatua seguía derretida, era invocada en rituales como «La Anciana de las Lágrimas».

Pero en el desierto entre mundos, donde el espejo roto de Eryon yacía enterrado, una figura con máscara de dragón recogió una gota de sangre lunar. «El Heraldo fue solo el principio», susurró, mientras tallaba una nueva grieta en su brazo.

Y en los sueños de los gobernantes, Astragha reía: «Las prisiones son solo huevos… y yo estoy a punto de eclosionar».

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *