
Érase una vez un rey que tenía tres hijas. Estando almorzando con ellas un día, les preguntó:
–¿Quién de vosotras me quiere más?
Y la mayor contestó:
–Yo, más que esta pera tan exquisita que me estoy comiendo.
La segunda dijo:
–Yo, más que esta manzana tan dulce que me estoy comiendo.
Y la menor respondió:
–Yo, más que la sal en el agua.
El rey, al escuchar esta respuesta, malinterpretó aquellas palabras.
–Entonces, me quieres ver derretido en el agua –dijo enfadado y la expulsó de palacio.
La joven princesa salió del castillo apenada porque su padre no había entendido bien lo que quiso decir. Cambió sus elegantes ropas por un traje que ella misma se hizo de corcho y anduvo por los caminos y pueblos hasta que llegó a la puerta de un palacio muy lejano.
Al llamar a la puerta, unos criados salieron a preguntar qué quería y ella les pidió trabajar en el castillo sin revelar su identidad. El criado que la atendió dijo que allí no tenían trabajo que darle. La muchacha insistió y otro criado que pasaba por allí dijo: «puede que sirva para cuidar a los pavos». Al final la acogieron en el castillo para que se encargara de cuidar a los pavos, darles de comer, sacarlos y encerrarlos.
Comenzaron a llamarla Corchuelo por el traje de corcho que llevaba sin que nadie intuyera el linaje noble del que descendía.
Un día llegaron los mozos con la noticia de que en el palacio se iba a celebrar un torneo.
–Nosotros vamos a ir –dijeron los criados–. ¿Te vienes tú también Corchuelo?
–Yo no –contestó la muchacha–, tengo mucho trabajo que hacer.
–Pues nosotros sí vamos.
Los criados se fueron. Corchuelo se quedó sola un momento y entonces buscó entre sus ropas una varita de virtud que había traído consigo.
–Varita de virtud –dijo–, por la virtud que tienes y la que Dios te ha dado, vísteme tal cual yo soy.
De repente, el traje de corcho que llevaba se transformó en un espléndido vestido color fuego. Junto a la puerta de palacio apareció un coche tirado por elegantes caballos blancos. Subió al coche y se dirigió a la plaza donde se celebraba el torneo. En cuanto llegó, todos los invitados quedaron impresionados por su belleza. Pensaron que sería una princesa extranjera venida de un país lejano, pues nunca la habían visto antes.
El hijo del rey se fijó en ella y se acercó hasta donde estaba sentada para invitarla a bailar. Bailó con ella toda la noche, hasta que la joven tuvo que marcharse. En un descuido del príncipe, Corchuelo aprovechó para desaparecer.
El príncipe la buscó por toda la plaza pero no la encontró.
Al día siguiente, los criados estuvieron comentando lo sucedido la noche anterior.
–Oh, Corchuelo –decían entusiasmados–, tenías que haber venido al torneo. En mitad de la celebración llegó una princesa tan hermosa que hasta el hijo del rey estuvo con ella toda la noche.
Y Corchuelo respondía:
–Quizá sí, quizá no; quizá sería yo.
–¿Tú? ¿Cómo ibas a ser tú, un tientapavos? –decían los criados riéndose de ella.

Al llegar la noche, Corchuelo sacaba a los pavos de su jaula para que corrieran por el jardín. Mientras correteaban, la joven se acercaba al estanque y les decía:
–Paví, paví, paví, si el hijo del rey me viera, ¿se enamoraría de mí?
«Sisí, sisí». «Sisí, sisí», contestaban los pavos. Entonces, la joven se echaba a nadar en el estanque y los pavos la seguían.
Los criados la observaban y comentaban entre ellos su actitud.
–Mira lo que dice Corchuelo, que si el hijo del rey la viera se enamoraría de ella. Está loca.
–Y después se tira al estanque con los pavos detrás de ella –decía otro criado.
A la noche siguiente, los mozos comentaron que irían de nuevo al torneo. Corchuelo rehusó ir con ellos diciendo que no tenía ganas. Cuando los criados se marcharon, la muchacha cogió de nuevo su varita de virtud y le dijo:
–Varita de virtud, por la virtud que tienes y la que Dios te ha dado, vísteme tal cual yo soy.
La varita transformó el traje de corcho en un vestido color celeste mucho más hermoso que el anterior. En la puerta le esperaba un carruaje que la llevó al torneo. Los invitados volvieron a admirar la belleza de aquella princesa desconocida. Se preguntaban quién era y de dónde procedía. El príncipe, que la estaba aguardando, volvió a invitarla a bailar. Estuvieron juntos toda la noche, hasta que en un descuido del príncipe, Corchuelo volvió a desaparecer.
El príncipe la buscó por todos los sitios sin hallarla. Entonces decidió que la siguiente noche apostaría guardias en todas las puertas y esquinas para impedir que aquella princesa volviera a desaparecer de repente.
Al día siguiente, los criados no hablaban de otra cosa que de la princesa desconocida y del príncipe que, al parecer, se había enamorado de ella. Y Corchuelo les contestaba:
–Quizá sí, quizá no; quizá sería yo.
Los criados se echaban a reír.
–¿Qué dices? ¿Enamorarse el príncipe de ti, un tientapavos?
Al caer la noche, Corchuelo se acercaba al estanque de los pavos y les preguntaba:
–Paví, paví, paví, si el hijo del rey me viera, ¿se enamoraría de mí?
«Sisí, sisí». «Sisí, sisí», le contestaban, y se echaba a nadar en el estanque junto a ellos.
Los criados la observaban siempre y comentaban entre ellos su extraño comportamiento sin reconocerla como la princesa desconocida del torneo.
–Mira lo que dice, que si el hijo del rey la viera se enamoraría de ella. Y después se echa a nadar en el estanque.
–Está loca.
Las fiestas del torneo estaban a punto de finalizar. Cuando llegó la última noche de torneo, los criados se dispusieron a marcharse porque no querían perderse el final de las fiestas. Antes de partir le preguntaron a Corchuelo:
–¿Te vienes? Esta noche es la última y quizás venga la princesa extranjera.
–No tengo ganas de ir –contestó la muchacha.
–Pues nosotros sí iremos.
Cuando los criados se marcharon, Corchuelo sacó su varita y dijo:
–Varita de virtud, por la virtud que tienes y la que Dios te ha dado, vísteme tal cual yo soy.
Y la varita la vistió con un vestido color blanco aún más espléndido y elegante que los anteriores. Un carruaje la estaba esperando en la puerta para llevarla donde se celebraba el torneo. Cuando se presentó allí, todas las miradas se pusieron en ella, admirando la belleza que desprendía. El príncipe ya la estaba esperando y fue donde ella, dispuesto a no perderla de vista esta vez.
Estuvieron juntos toda la noche. En un momento del baile, el príncipe le regaló una cadena de oro con la intención de comprometerse con ella. Cuando llegó el amanecer, Corchuelo volvió a desaparecer a pesar de todos los guardias que vigilaban las entradas y salidas.
Al día siguiente los criados no dejaban de comentar lo sucedido la noche anterior.
–El príncipe estuvo toda la noche con ella. Cuando la princesa se marchó, el príncipe no dejaba de preguntar por ella.
Y Corchuelo les decía:
–Quizá sí, quizá no; quizá sería yo.
Los criados se echaron a reír.
–Pero ¿cómo ibas a ser tú? No eres más que un tientapavos.
Al anochecer, Corchuelo sacaba a los pavos de su jaula para que nadaran en el estanque. Y les decía:
–Paví, paví, paví, si el hijo del rey me viera ¿se enamoraría de mí?
«Sisí, sisí». «Sisí, sisí», respondían. Y la joven se echaba a nadar con ellos.
Los criados la observaban y pensaban que estaba loca.
Mientras tanto, el príncipe buscó a aquella princesa desconocida durante días. Preguntó a los guardias que vigilaban cada entrada y salida del castillo. Los guardias aseguraban no haber visto a la princesa ni a ninguna otra que se le pareciera. El príncipe no encontró rastro de ella por ninguna parte y a los pocos días cayó enfermo.
La noticia llegó a oídos de los criados y éstos se lo contaron a Corchuelo.
–¿Te has enterado de que el príncipe ha caído enfermo? –dijo uno.
–Es por esa princesa extranjera de la que se ha enamorado y que ha desaparecido –comentó otro.
–Dicen que está tan malo que está para morirse.
Al enterarse Corchuelo de esto, pidió ver a la reina. La reina, al ver que Corchuelo era una simple sirvienta, se negó a que entrara en la habitación donde dormía su hijo. La muchacha insistió en que podía ayudarlo. Al final, la reina tuvo que consentir.
Corchuelo entró en la habitación y preguntó a la reina si quería que preparara una tortilla para que se la comiera el hijo. La reina comentó que el príncipe no quería comer nada y que llevaba así una semana. La muchacha insistió hasta que la mujer le dio el permiso. Cuando estaba cocinando, cogió la cadena que le regaló el príncipe la última noche y la metió dentro de la tortilla.
La reina puso el plato sobre la mesa que había junto a la cama y trató de convencer a su hijo para que comiera algo. Cuando la madre se marchó, el príncipe cogió el plato para comer un poco. Al partir la tortilla, encontró la cadena que un día le entregó a la princesa desconocida. Enseguida llamó a su madre.
–¿Quién ha hecho esta tortilla? –preguntó incorporándose de repente.
–Pues la he hecho yo –respondió la madre.
–No, dime la verdad.
–Pero ¿por qué? ¿Qué has encontrado?
–Lo que he encontrado es más bien que mal y puedo sanar. Dime entonces quién la ha hecho.
–Pues mira, la ha hecho la muchacha que tenemos cuidando a los pavos.
–Que venga aquí –ordenó el príncipe.
Corchuelo apareció y el hijo del rey la reconoció como la princesa que estuvo con él en el torneo. Ella le explicó toda la historia que le había sucedido y al poco tiempo celebraron la boda.
En el convite invitaron a todos los reyes de los trece reinos. Asistió a la boda el padre de Corchuelo, el cual no reconoció al principio a su hija. La princesa ordenó que la comida que le sirvieran a su padre fuera toda sin sal.
Los criados así lo hicieron. Cuando el rey probó la comida se le saltaron las lágrimas y no quiso comer más. La hija, al darse cuenta de las lágrimas de su padre, se acercó a él y le preguntó porqué lloraba. El rey contestó:
–Tengo una hija perdida que no sé dónde está. La despedí de mi casa injustamente sin apreciar lo mucho que me estimaba. Ahora me doy cuenta del valor que tenía, el mismo que la sal en el agua.
Entonces la princesa descubrió su identidad y padre e hija se abrazaron de nuevo, alegres por el feliz reencuentro.

Os presento a una nueva colaboradora que voy a tener en la web con este bonito cuento:

Marta Isabel Rodríguez Escritora de novela fantástica, dibujante, pianista. Nací en Granada, en 1978, y vivo en Úbeda. Me gustan las historias con magia, desde los cuentos maravillosos, la mitología hasta la fantasía épica.
Llevo creando historias desde los catorce años a través del cómic, pero no fue hasta el año 2015 que publiqué mi primera obra de narrativa al ganar el Premio de Escritores Noveles de la Diputación de Jaén con «Cuentos que me contaba mi abuela». Un libro en donde recojo dieciocho historias de la narración oral de Jaén y Granada. Si quieres, puedes escuchar un audiocuento que grabé sobre uno uno de los cuentos de este libro: «Las cargas de azafrán».
Después vino una novela de fantasía juvenil y romántica titulada «El sueño de Perséfone» , publicada por Selecta (2022), donde hago un retelling del mito Hades y Perséfone. web
¡Qué gran cuento el de Corchuelo!
Gracias por compartir,Elena.
Nunca juzgues palabras bellas
Cuando de tu corazón salen llenas.
Gracias y el mérito a la autora Marta, que es una gran escritora y amiga y ha tenido confianza en mi proyecto y querer colaborar en la web desinteresadamente con este fantástico cuento, que es una preciosidad.