
Érase una vez un pequeño niño llamado Lucas, que estaba aprendiendo a dar sus primeros pasos. Cada día, su mamá lo animaba a caminar, pero a Lucas le costaba mucho mantener el equilibrio. Un día, mientras intentaba avanzar tambaleándose, vio a su amiga Tula, una tortuga sabia y paciente, que se acercaba lentamente por el jardín.
—¡Hola, Tula! —dijo Lucas, cayéndose de nuevo sobre su pañal—. ¿Por qué tú caminas tan lento? Yo quiero caminar rápido, como mi zapato.
El zapato de Lucas, que estaba tirado en el suelo, pareció mirarlo con curiosidad. Era un zapato rojo, brillante y siempre dispuesto a correr. El zapato, que tenía vida propia, saltó y dijo:
—¡Yo soy el más rápido! ¡Puedo correr de aquí hasta allá en un abrir y cerrar de ojos!
Tula, la tortuga, sonrió con calma y respondió:
—Paso a paso, Lucas. No hay prisa. La vida se disfruta más cuando se toma con calma. Caparazón a caparazón, yo siempre llego a donde quiero ir.
Lucas, intrigado, decidió hacer una carrera entre su zapato y Tula para ver quién era más rápido. Colocó a Tula en un extremo del jardín y a su zapato en el otro. Él se sentó en el medio, observando con atención.
—¡En sus marcas, listos, ya! —gritó Lucas.
El zapato salió disparado como una flecha, saltando y girando por el aire. Era tan rápido que Lucas apenas podía seguirlo con la mirada. Pero Tula, sin prisa, comenzó a avanzar lentamente, moviendo sus patitas con determinación.
El zapato, confiado en su velocidad, se detuvo a mitad del camino para descansar. «Total, tengo tiempo de sobra», pensó. Pero Tula, paso a paso, siguió avanzando sin detenerse. Caparazón a caparazón, se acercaba cada vez más a la meta.
Lucas, emocionado, animaba a ambos:
—¡Vamos, zapato! ¡Tú puedes! ¡Y tú también, Tula! ¡No te rindas!
Finalmente, el zapato, distraído por su propia velocidad, se enredó en una rama y cayó al suelo. Tula, con su ritmo constante, llegó tranquilamente a la meta.
Lucas aplaudió feliz:
—¡Ganaste, Tula! Eres la más rápida.
Tula sonrió y dijo:
—No se trata de ser el más rápido, Lucas. Se trata de ser constante y no rendirse. Paso a paso, siempre llegamos a donde queremos.
El zapato, avergonzado, se acercó y dijo:
—Tienes razón, Tula. A veces, la velocidad no lo es todo. Lo importante es no detenerse.
Lucas, inspirado por sus amigos, decidió seguir intentando caminar. Paso a paso, como Tula, y con la determinación de su zapato, pronto logró dar sus primeros pasos firmes. Y desde entonces, supo que la vida no era una carrera, sino un viaje que se disfruta caparazón a caparazón.
Y así, el niño, el zapato y la tortuga se convirtieron en los mejores amigos, aprendiendo juntos que la paciencia y la constancia son las verdaderas claves del éxito.
Con pasos lentos y constantes se llega muy lejos!!!
Muchas gracias 😘