
I.
Hoy teje mi alma ramos de esperanza,
verdes como el olivo que besó tu agonía.
Llevo palmas, Señor, pero también llevo
esta fragilidad que me desgarra por dentro.
¿Cómo recibirte con hosannas claras
si mis manos tiemblan al sostener la fe?
II.
Las otras mujeres cantan con voz segura,
miran tu paso y sueñan reinos de luz.
Yo… yo escondo en el manto
—junto al ramo brillante—
las migajas de amor que el miedo no quemó.
¿Verás, Jesús, más allá de mi canto,
las grietas donde el alma se me escapa?
III.
Te ungí en Betania con nardo y temblor,
hoy quiero ungirte con mi silencio roto.
Pero temo que el viento de mis flaquezas
apague los «¡Hosanna!» que te debo gritar.
Si tropiezo mañana, si niego tu nombre,
¿recordarás que hoy te amé con estas palmas?
IV.
Entra, ¡oh Rey humilde!, en mi Jerusalén,
esta ciudad de pecho frágil y sombras.
Que no sea como Pedro, que juró y después lloró…
Pero si caigo, levántame en tu Pascua.
Toma mis ramos, aunque estén mezclados
con lágrimas de miedo y trigo sin granar.
V.
Y cuando pases —no en burro, sino en cruz—
búscame entre las mujeres que no huyeron.
Aunque mi amor sea pequeño como un grano de mostaza,
guárdalo en tu costado… que no se pierda, Señor.