
Entretejes mi alma con hilos de oro,
tu amor infinito, celeste tesoro;
en cada puntada, un verso escondido,
y en cada hebra, el aliento de lo vivido.
Jesús, tus manos urden el destino,
en el telar del tiempo, un diseño divino:
la luz de tu gracia, cálido consuelo,
me envuelve en seda de eterno cielo.
Los hilos dorados son promesas que unes,
constelaciones de fe que en mi pecho imprimes;
no hay sombra que rompa tu labor perfecta,
ni noche que apague la llama secreta.
Soy tela fragante, bordada de espigas,
tus dedos me guardan, tu aliento me vigila;
y en este tejido que el alma trasciende,
tu amor es la aurora que nunca se apaga.