La Princesa sin Nombre: Lo que Esconde el Telar

El bosque se partió en dos cuando Nyx llegó al claro prohibido.
No era un lugar, sino una herida.
Un círculo de tierra negra donde los árboles se retorcían hacia atrás, como si algo los hubiera repelido con violencia. En el centro, flotando sobre un pedestal de huesos entrelazados, estaba el Telar de la Primera.
Pero no era madera ni metal.
Era un útero gigante de hilos dorados, palpitante, con venas de plata que latían al ritmo de un corazón invisible. Y en su centro, donde debería estar la trama, había una mujer
O lo que quedaba de una.
La Primera Tejedora estaba deshecha.
Sus brazos eran hilos sueltos, su torso una maraña de puntadas rotas, su rostro… un vacío donde solo quedaban dos ojos bordados con hilo de plata, como estrellas agonizantes. Alguien la había descosido a propósito, convirtiéndola en parte de su propia creación.
Y alrededor de su cuello, como un collar de vergüenza, colgaba una etiqueta de piel antigua con una sola palabra escrita en lengua de los dioses:
«PECADO».
Nyx entendió entonces la verdad:
—No fuimos nosotras las que tejimos el mundo —susurró, y la aguja en su mano brilló como un relámpago—. Nos tejieron a nosotras.
La Primera alzó su cabeza deshecha. Sus ojos de hilo plateado se clavaron en Nyx, y de su boca invisible brotó una voz hecha de agujas cayendo al suelo:
«Ellos me rompieron cuando me negué a tejer su mentira. Cuando me negué a decir que el dolor era destino. Que el silencio era virtud. Me convirtieron en herramienta… pero dejaron un hilo suelto.»
Extendió un brazo deshilachado hacia Nyx. En su muñeca, un único hilo rojo seguía intacto.
«Tú.»
Nyx sintió el jalón en su ombligo. El mismo hilo que la unía al libro de piel de reina. El mismo que su madre había seguido hacia el bosque.
Era el cordón umbilical original.
El primer hilo.
El que ningún tejedor varón había podido cortar.
—¿Qué debo hacer? —preguntó, pero ya lo sabía.
La Primera sonrió con puntadas que se movían como gusanos de seda:
«Lo que todas hemos hecho: romper lo que nos rompió primero.»
Y entonces, el telar cobró vida.
Los hilos dorados se enredaron alrededor de Nyx como serpientes, arrastrándola hacia el útero de luz. La aguja cósmica gritó en su mano, y la espina de su madre sangró tinta negra.
Pero antes de que el telar la absorbiera, Nyx hizo lo único que nadie esperaba:
Se clavó ambas agujas en los ojos.
La sangre que brotó no era roja.
Era púrpura.
Como la tinta de las páginas prohibidas.
Como el hilo que Alaric tanto temía.
Y con esa sangre, Nyx volvió a tejer los ojos de la Primera.
—Mírame —ordenó, y su voz ya no era humana—. Míralos a todos.
Los hilos del mundo comenzaron a vibrar.
En el castillo, Alaric cayó de rodillas, gritando mientras su cuerpo se deshilachaba como un trapo viejo.
En el bosque, la Dama sintió cómo las raíces que la ataban por fin se soltaban.
Y en las páginas del libro de piel de reina, las palabras de todas las antepasadas ardieron, quemando la mentira original.
Porque el verdadero pecado nunca fue rebelarse.
Fue callar.
Y Nyx, la princesa sin nombre, la hija de Elena, la que llevaba el dolor de todas las que vinieron antes…
Rompió el telar con un grito que no necesitó voz.

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