
En el corazón del reino encantado, donde los rayos del sol tejían mantos dorados sobre el musgo y los arroyos cantaban melodías cristalinas, se alzaba el Bosque de las Golondrinas. Era el primer día de mayo, y el aire olía a jazmín, a rosas salvajes y a tierra mojada por el rocío. Las hadas, guardianas de la alegría primaveral, habían decidido organizar una gran fiesta para celebrar el mes de las flores, de la madre tierra y de todo aquel amor que brotaba como un manantial eterno.
La Reina Lola, soberana de los seres mágicos, había llegado con sus hijos: los traviesos príncipes Ariel y Lucián, y la dulce princesa Meli. Los tres, libres por fin de sus deberes reales, corrían entre los árboles riendo, persiguiendo mariposas de alas azules y recogiendo pétalos para las coronas que las hadas tejerían más tarde.
La Llamada de las Hadas
La Dama de las Campanillas, la más anciana y sabia de las hadas, agitó su varita de sauce, y al instante, miles de luciérnagas se encendieron como estrellas bajadas del cielo.
—¡Que comience el festín! —anunció con voz melodiosa.
Y así fue. Los duendes, con sus gorros puntiagudos, trajeron cestas repletas de fresas silvestres y miel de panal. Los elfos, siempre elegantes, decoraron las mesas con hojas de hiedra y copas talladas en cristal de luna. Los enanos, robustos y risueños, encendieron hogueras que despedían chispas de colores, mientras los animales del bosque, se acercaban curiosos.
Los cuervos, sabios y parlanchines, contaban historias de tiempos antiguos. Los caballos salvajes, con crines adornadas de flores, piafaban al ritmo de la música que los grillos y los ruiseñores entonaban. Hasta los jabalíes, normalmente huraños, se dejaron llevar por la alegría y bailoteaban torpemente, haciendo reír a todos.
El Baile de las Flores
La princesa Meli, con un vestido tejido de pétalos de amapola, tomó de la mano al pequeño duende Pim y comenzaron a girar bajo la luz de las luciérnagas. Los hijos de la Reina Lola se unieron al baile, mientras las hadas, con sus alas brillantes como el ala de un colibrí, esparcían polvo de estrellas que hacía florecer margaritas bajo cada pisada.
—¡Mira, madre! —gritó Ariel, señalando hacia el cielo—. ¡Las golondrinas están bailando también!
Y era cierto. Las aves trazaban círculos perfectos en el aire, como si el viento mismo las hubiera convocado para la celebración.
El Regalo de la Tierra
La Reina Lola, con su corona de ramas florecidas, alzó las manos y todos enmudecieron.
—Hoy honramos a la naturaleza, nuestra gran madre, que nos da cobijo, alimento y belleza.
Con un gesto, hizo brotar del suelo un majestuoso Árbol de los Deseos, cuyas ramas se cargaron de frutos luminosos.
—Que cada uno tome un fruto y pida un deseo para este nuevo ciclo.
Los niños, los animales y hasta los más ancianos duendes se acercaron. Ariel deseó aventuras sin fin, Lucián pidió valor para proteger el bosque, y Meli, con su corazón bondadoso, susurró:
—Que todos los seres, grandes y pequeños, encuentren amor y hogar en este mundo mágico.
El árbol brilló con una luz dorada, y todos supieron que sus deseos habían sido escuchados.
El Final de la Fiesta
Cuando la luna plateada se alzó sobre el bosque, las hadas entonaron una canción de gratitud, una melodía tan dulce que las flores se inclinaron en reverencia y los árboles susurraron su aprobación.
Los hijos de la Reina Lola, ya cansados pero felices, se acurrucaron junto a su madre bajo un manto de estrellas, mientras los últimos destellos de magia danzaban en el aire.
Y así, entre risas, cantos y el abrazo de la naturaleza, el Bosque de las Golondrinas celebró el mes de mayo, recordando a todos que la magia nunca se acaba… mientras haya amor, flores y un corazón que crea en ella.
Fin. 🌸✨