
Hoy, dieciocho de agosto, brilla el sol con fulgor,
celebrando tu nombre, Santa Elena, protectora.
Madre de emperadores, mujer de gran valor,
buscadora incansable, peregrina y señora.
Tu fe, como antorcha, iluminó el camino,
tras las huellas sagradas del Salvador divino.
En Tierra Santa ardía tu anhelo peregrino,
descubriendo el madero, el mayor de los signos.
Mas hoy, en tu memoria, alzamos la mirada
hacia otra reliquia, de leyenda adornada:
el Cáliz de la Alianza, la copa consagrada,
símbolo de la sangre por la humanidad derramada.
Tu mano, como puente, entre el cielo y la tierra,
custodió misterios que la historia encierra.
Aunque el Grial sagrado nuble su nombre en guerra,
tu espíritu lo guarda, sin mancha, en su destierra.
¡Oh, Helena! Tu legado no es solo cruz hallada,
es la sed infinita de la gracia buscada.
Tu «sí» fue como el vaso que a Dios estuvo unido,
lleno de fe inquebrantable, de amor no consumido.
En este día santo, contigo caminamos,
y como tú, buscamos los tesoros que adoramos.
Que tu ejemplo nos guíe, que tu luz nos abrace,
y en el cáliz de Cristo, nuestra fe renazca.
¡Feliz santo! Que Santa Elena, con su manto de historia,
te cubra de esperanza, fe, amor y victoria.