
Cuando mi piel ya no es mi piel,
sino un mapa de grietas,
un territorio ajeno
que habito sin permiso.
Cuando mis pies ya no son mis pies,
sino piedras que arrastro,
raíces olvidadas
en un suelo de espinas.
Cuando el dolor físico me desborda
y se vuelve paisaje,
un río que no cesa,
una luna clavada en las sienes.
Cuando la espalda dice aquí estoy,
y su voz es un muro,
un ladrillo pesado
que sostiene el vacío.
Cuando en definitiva el cansancio
acapara todo lo demás,
hasta el nombre, hasta el aire,
hasta el último verso.
Cuando te falta la medida,
porque tu medida no es su medida,
y caminas a tientas
por una casa que ya no reconoce
el peso de tus pasos.
Entonces solo queda
aprender a vivir
en la piel del cansancio,
y nombrar hogar
a lo que duele.