El Coro de los Mil Acentos de la Cartuja

Bajo el sol de Sevilla, que acaricia las piedras antiguas del monasterio de La Cartuja, una sinfonía especial se preparaba para comenzar. No era una sinfonía de instrumentos, sino de voces. Ese día, los patios y jardines del histórico recibo iban a ser el escenario de una «Convivencia por la Paz y la Diversidad de las Lenguas», organizada por el colegio bilingüe que llevaba el mismo nombre.

Los protagonistas llegaban de todos los rincones del planeta. Estaba Lina, con sus trenzas adornadas con cuentas de colores, llegada de Ghana; Yuki, tranquila y observadora, desde Japón; Luca, lleno de energía y gestos amplios, desde Italia; Aisha, con su velo color turquesa y una sonrisa serena, de Marruecos; Mateo, chileno, con su mochila llena de historias de la cordillera; y Sofia, una niña local de Sevilla que recibía a todos con la misma alegría que desprende la ciudad en abril.

La mañana comenzó con talleres dispersos por los patios. En uno, rodeado de naranjos, Lina y Luca intentaban tejer pulseras de la amistad. Lina enseñaba un patrón que decía «paz» en su lengua, el twi, mientras Luca intentaba explicar cómo sería en italiano, «pace», con las manos manchadas de hilo. Se reían de sus propios errores, y en ese intercambio de hilos y palabras nació su primera complicidad.

Cerca de la fuente, Yuki y Aisha participaban en un taller de caligrafía. Yuki dibujaba con pincel suaves los kanjis para «armonía» (和, wa), explicando que en Japón ese concepto es fundamental. Aisha, a su vez, con una caligrafía árabe elegante y fluida, escribía «سلام» (Salam), paz. Las dos letras, tan diferentes en forma, compartían el mismo mensaje profundo. No necesitaban hablar mucho; el silencio respetuoso entre ellas era ya un lenguaje en sí mismo.

Mateo, mientras tanto, se había unido a un grupo que jugaba al «juego de los saludos». Tenían que saludarse de la forma tradicional de cada país. Hubo reverencias, choques de puños, apretones de manos largos, besos en la mejilla y abrazos. Al principio hubo timidez, pero pronto el patio se llenó de risas, especialmente cuando intentaron imitar el saludo maorí con la nariz, el hongi.

Sofia, como anfitriona, iba de taller en taller, ayudando a traducir, ofreciendo agua y mostrando los secretos de La Cartuja. «Por aquí pasaron importantes navegantes que buscaban nuevas tierras», les contaba, «y hoy, nosotros estamos descubriendo nuevos mundos, pero sin movernos de aquí, solo escuchándonos».

La tarde llegó con el evento más esperado: el recital de poesía. No en un escenario formal, sino en el claustro principal, sentados en círculo sobre la hierba. La profesora, una mujer con ojos amables, explicó: «No se trata de recitar perfectamente, sino de compartir un pedacito de vuestra alma a través de las palabras».

Uno a uno, fueron tomando la palabra.

· Lina recitó un proverbio africano en twi y luego en inglés: «If you want to go fast, go alone. If you want to go far, go together» (Si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres llegar lejos, ve acompañado). Un murmullo de aprobación recorrió el círculo.
· Yuki, con voz suave, leyó un haiku sobre la luna reflejándose en un estanque tranquilo. Aunque muchos no entendieron las palabras, la imagen de serenidad que proyectó fue universal.
· Luca declamó con pasión unos versos de Gianni Rodari sobre una escalera que unía a todos los niños del mundo. Sus gestos exagerados hicieron reír a todos.
· Aisha cantó, casi en un susurro, una canción de cuna bereber que hablaba de proteger los sueños de los niños. Su melodía era tan dulce que varios cerraron los ojos para sentirla mejor.
· Mateo compartió un poema de Pablo Neruda, «Oda al aire», y cuando dijo «Aire, dame tus pétalos puros / para que mi alma los reparta / por todas las gargantas», Sofia notó cómo una brisa ligera recorría el claustro, como si el poeta himself estuviera allí.
· Por último, Sofia, con acento andaluz cantarín, recitó unos versos de Antonio Machado: «Caminante, son tus huellas / el camino, y nada más…». Hablaba de que el camino se hace al andar, y miró a sus nuevos amigos, entendiendo que juntos estaban creando un nuevo camino.

Cuando terminó, no hubo un aplauso estruendoso, sino un silencio cargado de emoción. Porque en ese momento, bajo el cielo sevillano, nadie era de Ghana, Japón, Italia, Marruecos, Chile o España. Eran simplemente un grupo de amigos que había descubierto que la paz no es la ausencia de diferencias, sino la alegría de encontrarse en ellas.

Las lenguas, con sus mil acentos y melodías, no habían sido una barrera, sino los hilos con los que habían tejido, en un solo día en La Cartuja, una alfombra mágica de entendimiento y amistad. Y se despidieron sabiendo que, aunque se fueran a sus países, llevarían para siempre en el corazón el eco de aquel coro de paz.

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