
Llegó la feria con su alborozo,
vestidas de flamenca, lazos y orgullo.
Volantes al viento, lunares bailando,
y en el alma un verano que se va acabando.
Bajo la portada, luz y alegría,
mesas con manjares que el tiempo robaba.
Sal, pescaíto, gazpacho, una tapa, un rebujito,
y las risas grabadas en cada susurro.
La caseta era un mundo, un pequeño universo,
con las Sevillanas como único verso.
Las palmas marcando el ritmo en la mano,
y el compás de una guitarra, latido gitano.
Una semana entera, sin parar de latir,
con amigos y amigas, sin tiempo para huir.
Noches convertidas en madrugadas claras,
cantando por bulerías por calles y veredas.
Y al final, el broche de oro, la noche mágica y única,
un estruendo en el cielo, una luz que se explica.
La traca final, un jardín de colores,
explosiones de gozo quemando los dolores.
Anoche, el último día, el cuerpo dijo «basta»,
las fuerzas se rindieron, la energía era escasa.
Las piernas pesadas, la voz ya gastada,
pero el corazón lleno, el alma renovada.
Acabé reventada, sin un ápice más,
pero con una sonrisa que nada borrará.
¡Qué semana tan grande, de éxtasis y amistad!
¡Viva la feria, semilla de felicidad
