
Eres el vientre fértil, el humus negro,
el rocío que besa al madrugar.
Eres el río que canta su camino,
y el silencio profundo del mar.
En tu piel de barro germinan
las semillas de la eternidad.
En tu espalda de montaña duermen
los secretos de la antigüedad.
Teje el sol en tu cabellera de bosques,
la luna en tu manto de cristal.
Gira el tiempo en tu rueca de siglos,
y tú sigues, serena e inmortal.
Nos das el aire para el canto,
el agua clara para el pan.
Y nosotros, con manos ciegas,
marcamos tu piel con hierro y sal.
Perdón por la herida y el humo,
por el árbol que ya no está.
Madre que todo lo soporta,
y aun así, nos das la paz.
Cuando el asfalto quede mudo
y se apague la ciudad,
tú, con tu pulso lento y sabio,
seguirás girando en la oscuridad.
Porque eres más que un suelo que pisamos,
eres raíz, sustento y hogar.
La canción primera y la última,
Madre Tierra, al dejarnos, nos vuelves a abrazar.