Zoo de Sombras

Otra vez el sueño se tiñe de pólvora.
Otra vez la caricia
—un mapa mal dibujado—
se extravía en desfiladeros de prisa.
Su piel, un ruidoso equívoco.

Él, un cazador de sombras,
sólo busca el eco de su propio nombre.
Su ritmo es un martilleo
contra los barrotes de un éxtasis fingido.
Un territorio a conquistar,
no un jardín a descubrir.

Yo, un país de mitos arrasados.
Mi romántica geografía
—esa sed de cosmos compartidos,
de lunas en la yema de los dedos—
se estrella
contra la tosca sed de su animal de guerra.

Su «amor» es un puñado de sal
en el labio de un espejismo.
Moja su daga en mi arcilla,
envenena la fuente
donde bebían los unicornios.

Y al partir,
sólo queda el olor del error,
la ceniza de un festín que no hubo.
Y yo, reconstruyendo con tristeza
las ruinas de un cielo
que, otra vez,
se desvaneció en la yerba fría.

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