Un mismo sol nos despierta

Un mismo sol nos despierta,
con distinta luz en cada ventana.
No hay piel que sea ajena al día,
ni corazón que no merezca su alborada.

Despiertan los cuerpos con sus geografías únicas,
—islas, montañas, valles, costas—
ningún mapa las contiene,
ningún decreto las sujeta.

Hablamos en lenguas como ríos diferentes,
pero la sed es la misma:
el ansia de ser escuchado,
de nombrarse sin que otro le ponga cercas al nombre.

Antes que la ley del más fuerte,
late la ley del encuentro.
No se trata de tolerar al extraño,
sino de reconocerlo como parte del paisaje esencial.

Que se quiebren los espejos que sólo reflejan una cara.
Que el canon sea el viento que acaricia sin elegir mejillas.
Aquí no hay modelo que copiar,
sino verdad que inventar a cada instante.

La libertad no es un territorio que se conquista,
es el aire compartido en una plaza,
el “puedes ser» que se susurra de alma a alma,
sin guardianes, sin fronteras, sin dueños.

Por eso alzo un canto sin dueño ni siervo,
un rumor que crece desde los márgenes al centro.
Es el sonido de lo múltiple volviéndose coro,
donde ninguna voz se impone,
y todas, al fin, se encuentran.

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