En los Márgenes del Alba

Hubo un tiempo en que el mundo
se tejía con hilos de azúcar y trinos,
cuando el amor no era un verbo conjugado
sino el aire mismo, el latido continuo.

Pero algo en mi geografía íntima
nació desprovisto de ese surtidor:
donde otros tienen un manantial de abrazos,
yo guardo un invierno sin calor.

No es que el amor no pase por mi puerta
—lo he visto en los umbrales, con su luz—
mas cuando intento corresponderle,
algo se quiebra en la raíz de mi cruz.

Mis manos, torpes, intentan el arrullo,
mis labios, secos, balbucean la canción,
pero en el pecho, donde debía anidar el vuelo,
sólo hay un eco de desolación.

¿Cómo dar lo que no se posee?
¿Cómo ofrecer un fuego que no arde?
Me duele esta incapacidad de amar,
este desierto sin un oasis de alarde.

Veo parejas fundirse en un suspiro,
miro los besos bajo la lluvia o el sol,
y yo, espectro de mí mismo, contemplo
el naufragio de un barco sin timón.

No es el desamor que llega y se va
dejando cicatrices y añoranza;
es la pena más honda y callada:
la de no poder dar ni esperanza.

Tal vez mi destino sea otro:
aprender a habitar esta quietud,
encontrar belleza en la ausencia,
y en el no amor, hallar plenitud.

Pero hoy sólo sé nombrar el vacío,
la grieta donde el cariño no floreció,
y lloro no por lo que me quitaron,
sino por lo que, simplemente, no brotó.

Que el mundo perdone mi silencio,
mi incapacidad para el jardín,
mientras aprendo, en esta noche larga,
a amar sin amor, hasta el fin.

1 comentario en “En los Márgenes del Alba”

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