Canto de Resiliencia

No canto a la fuerza que nace intacta,
ni al vuelo fácil de quien despega ligero.
Canto al surco lento de la tierra agrietada,
al latido terco que sigue, aunque lastimero.
 
Canto a mis pies que, mapas de callos y dolores,
marcan el camino que el descanso no conoce.
A mi espalda, columna que sostiene los rigores,
arco que no se quiebra aunque el peso la embiste y roce.
 
Canto a mis brazos, péndulos de sombra y luz,
que alzan, cargan, siembran, aun cansados hasta el hueso.
Son las raíces de este árbol de cruz,
que busca el cielo con un movimiento grueso.
 
¡No! No es el grito del que ignora la herida,
sino el rumor del agua que honrra la piedra fría.
Es el «sigo» que nace al filo de cada caída,
la paz armada de una batalla diaria.
 
El cansancio es un manto pesado, es verdad,
un yermo al mediodía, una carga de plomo.
Pero en mi centro arde una claridad:
«No me rindo» no es un lema, es el asombro
 
de ver que, a pesar del dolor que me ciñe,
la vida no se apaga, sino que se ilumina.
Y cada paso, aunque la tierra oprime,
es un canto nuevo que a la noche domina.
 
Porque vivir no es no sentir el daño,
es tejer futuro con los hilos del hoy.
Es ser a la vez el vallado y el año,
la herida… y la sal que la guarda en fe y en ley.
 
Sigo.
Simplemente, sigo.
Y en ese verbo lento, amplio y profundo,
se desgrana el canto más antiguo del mundo:
el de la semilla que abre su manto al suelo,
renacida una y mil veces…
del propio vuelo.

1 comentario en “Canto de Resiliencia”

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