La Confianza en el Ser Humano

Aunque el dolor trace surcos en el rostro,
aunque las lágrimas hayan regado la desilusión,
una sonrisa persiste, leve puente
que une orillas de distintos corazones.
 
El mundo, a veces áspero y cerrado,
se vuelve amable cuando alguien cruza,
sin más armadura que el gesto limpio,
sin más protección que las manos abiertas.
 
Sé que algunas heridas pueden rasgar la piel,
pero muchas manos tejen el nido donde descansa el alma.
La balanza se inclina hacia el lado cálido
del afecto que perdura y sostiene.
 
Perdono no porque olvide, sino porque respiro;
avanzo porque el rencor es peso muerto.
Mi brújula interior conoce esta cicatriz que late,
y en su sabiduría encuentro el mapa antiguo.
 
Aprendo siempre, como el río aprende el cauce,
para amar, no con certezas, sino con confianza.
El amor mismo me enseña los caminos:
son veredas que se crean al andar, descalzo.
 
Y al final, tras la niebla de la duda,
brilla una verdad simple y profunda:
la confianza no es un castillo inexpugnable,
sino la semilla que se entrega al suelo fértil,
creyendo, a pesar de todo, en la primavera del otro.
 
La fe en lo humano es ese acto constante
de volver a tender lazos donde hubo ruptura,
de ver en cada rostro un posible aliado,
y encontrar en treinta miradas de sostén
la fuerza para sanar una grieta.

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