A la Vida, Naturaleza y el Amor

Clara tomó un suspiro profundo, el aire cargado del aroma de tierra mojada y azahares. Iván la observaba, sin prisa, como un árbol que sabe esperar la primavera. Y entonces, Clara comenzó a declamar, con una voz que era un rumor más del bosque:

«A la Vida, a la Naturaleza y al Amor»

No es el grito del halcón que caza,
ni la roca que resiste la marea.
Es la semilla que se ablanda en la tierra,
es la rendición silenciosa, la entrega plena.

No es una cadena forjada con miedo,
ni un puño cerrado sobre la arena.
Es la mano abierta que recibe el rocío,
y deja que el viento se lleve lo que lleve.

No lucho por ti. No forcejeo con el día
para que la noche no llegue.
Porque eres en mí como el cauce en el río,
como la savia en el tronco, un fluir constante.

Eres la corriente en la que me despliego,
hoja que baila, no ancla que se hunde.
No te ates a mí, no me claves a ti.
Simplemente fluye, y yo fluiré contigo.

Porque el amor no es un dios que exige sacrificios,
es el sol que da sin pedir permiso.
Es la lluvia que cae y nutre la hierba,
es el río que, al entregarse al mar, se hace infinito.

Iván, mi amor por ti es esto:
no una batalla, sino el descanso.
No un muro, sino el horizonte.
Es el “sí» que le dice la flor al viento
cuando se deja llevar, confiada,
sabiendo que en esa entrega,
está su razón de ser.

Y en el silencio que siguió, solo se escuchó el rumor del agua en el arroyo cercano, confirmando con su canción eterna que Clara, al fin, había entendido la verdad más simple y profunda.

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