
La catequista se llamaba Elena, aunque sus alumnos, un grupo de doce adolescentes vibrantes y curiosos, la llamaban cariñosamente «Lena». Sus alumnos eran Lucas, el pragmático; Sofía, la soñadora; Mateo, el gracioso del grupo; Valeria, la artista; y Dylan, el escéptico pero de buen corazón.
Elena tenía un sueño: sacar la fe de las cuatro paredes del salón parroquial y plantarla bajo la inmensidad del cielo. Quería que sus chicos sintieran que Dios no era una lección, sino una experiencia. Y para ello, usaba las herramientas del ahora sin miedo.
Una tarde fresca de primavera, el grupo se reunió en un claro enorme en el parque nacional, un lugar con una señal de celular decente y una vista impresionante de las estrellas. Elena desplegó una manta gigante de colores y, en lugar de una Biblia de papel, encendió su tablet con una funda resistente.
Dinámica 1: «El Versículo Viral»
«Chicos, hoy no vamos a subrayar,» comenzó Lena. «Hoy vamos a dar like a la Palabra. Abrí la app de la Biblia. Cada uno busque un versículo sobre la creación, la naturaleza o la esperanza. El que más les haga vibrar y lo compartimos en el grupo de WhatsApp. Luego, haremos un Reel de Instagram con todos los versículos, con una canción de fondo tranquila. ¡Vamos a hacer que la Biblia trendee!»
Los chicos se sumergieron en sus phones. Lucas encontró Salmos 19:1: «Los cielos proclaman la Gloria de Dios…». Valeria compartió uno de San Francisco de Asís. En minutos, tenían una collage digital de versículos. Con la tablet de Lena, grabaron videos cortos leyendo su versículo frente al atardecer y lo editaron en un Reel con el hashtag #FeEnLaNaturaleza.
Dinámica 2: «El Coro de la Creación»
Cuando cayó la noche y las primeras estrellas aparecieron, Lena apagó la tablet. «Ahora, silencio. Activen el modo avión de sus almas,» dijo en voz baja. Se recostaron en la manta y miraron el cielo.
De pronto, el canto de los grillos y los pájaros que se acomodaban para dormir llenó el aire. Mateo sonrió. «Parece un coro loco, cada uno canta su parte.»
«Exacto,» susurró Elena. «Es el coro de Dios. No necesita director, pero todos cantan en armonía. ¿Escuchan? Es la canción más antigua del mundo.» Cerrando los ojos, el grupo se dejó llevar por la sinfonía natural. Sofía dijo: «Es como si los pájaros le dieran like a la noche.» Todos rieron suavemente.
Dinámica 3: «El Muro de los Milagros (Digital)»
Lena encendió una pequeña linterna LED. “Ahora, hablemos de los milagros chiquitos. Esos que pasan desapercibidos. Dylan, ¿tú viste alguno hoy?»
Dylan, que usualmente se encogía de hombros, paused. «Pues… ver a Valeria compartir su versículo sin miedo. Eso fue cool.»
«¡Eso es un milagro de comunidad!» exclamó Lena. «Tomen sus phones otra vez. No para desconectarnos, sino para conectarnos de verdad. En la notas de su celular, escriban un ‘milagro’ que hayan visto esta semana. Luego, lo leemos.»
Uno a uno, leyeron en voz alta: «Aprobar el examen que no estudié», «Mi abuela se sintió mejor», «Esta paz ahora». Lena los fue tipeando en un documento colaborativo en su tablet. «Este es nuestro Muro de los Milagros Digital. Lo imprimiré y lo pondremos en la parroquia, pero también lo subiremos a la nube para que nunca se borre.»
La Realidad de un Sueño
Al final, rodeados por la bóveda celeste punteada de estrellas, el grupo formó un círculo. Lena encendió la pantalla de su tablet, iluminando sus rostros con una luz suave, y abrió el Evangelio de Mateo sobre la parábola del sembrador.
«Esta semilla,» dijo Lena, pasando su dedo sobre la pantalla, «es como este Reel, como este versículo que compartieron. La fe no es solo para guardarla en un libro antiguo. Es para plantarla en la tierra de ahora, en el corazón de ahora, con las herramientas de ahora. Ustedes no son el futuro de la Iglesia, son el presente. Y su fe puede ser tan real y vibrante como este coro de pájaros, y puede compartirse con un solo clic.»
En ese momento, bajo las estrellas, la tecnología no era una distracción, sino un puente. La tableta no era una pantalla fría, sino un altar portátil. Los likes y los reels no eran vanidad, sino modernos «Amén» digitales. Y Elena sonrió, porque su sueño era realidad: estaba enseñando en la naturaleza, y sus alumnos, conectados a Dios y entre sí de la manera más auténtica y actual posible, habían encontrado la señal más fuerte que existe: la del amor divino, que no requiere de Wi-Fi para funcionar.