
I
Antes que el sol rompiera el horizonte,
antes que el gallo anunciara el día,
Él se alzó… y en su manto de aromas,
la muerte fue solo una sombra fría.
La tierra tembló con dulce quebranto,
como un almendro en flor que despertara,
y el río del Edén, viejo y sagrado,
volvió a cantar por donde Él pasara.
II
¡Oh jardín donde el amor no tiene espinas!
Donde la piedra rodó como un fruto maduro,
y el perfume del nardo se hizo eterno,
y el silencio… ¡era un himno al futuro!
Los lirios —blancos mensajeros—
sus pétalos tendieron a sus pies,
y el trigo, antes dormido en el surco,
creció dorado hasta tocar los cielos.
III
Él vino a buscarnos entre los olivos,
con las manos marcadas de eternidad,
y en su voz había savia de viñas,
y en su mirada… ¡toda la claridad!
Nos llamó por nombre, como el rocío
nombra a la flor en el alba temprana,
y en su costado abierto, florecieron
los pájaros del alba y la mañana.
IV
Ahora el mundo es distinto:
la higuera da su fruto sin invierno,
el pan multiplica sueños en la mesa,
y el vino sabe a cielo verdadero.
Porque Él vive, la rosa no conoce el polvo,
el mar guarda sus lágrimas saladas,
y en cada corazón que lo recibe,
¡la primavera nace ilimitada!
GLORIA