Cuando mi piel ya no es mi piel (III Parte)

No es mi piel esta coraza, este frío, esta costra de sal que el llanto forma. Es el refugio inerte del hastío, la cueva donde anida la norma de una queja estéril, un quejumbroso río que no desemboca, que no transforma.

Y el dolor es un eco, un latido que se clava en los pies, un mal paso que repite su golpe, un sonido sordo y constante bajo el ocaso. Cada impacto en el suelo es un gemido, un morse lacerante y escaso que narra la derrota del sentido.

La espalda se arquea, carga el fardo de postergar la luz, de no ser resuelta. El andar es un ritmo cansado, una huella torpe y abierta que dibuja en la tierra un pasado de huellas que nunca fueron ciertas.

Pero hoy la queja es un techo de hiel, se derrite en las manos y no abriga. Refugiarse en el daño no es consuelo, es la trampa que la sombra abriga. Hoy la piel, aunque ausente, es un anhelo de otra carne que nace y se mitiga.

Hay que ser resolutiva. No hay salida en el círculo vicioso del pesar. Es la herida que pide ser cicatrizada, el pie que debe aprender a levantar y marcar un compás de nueva pisada, firme y seca, para comenzar.

Aunque palpite el eco en la planta, aunque la espalda recuerde el temblor, hay una piel nueva que se aguanta y se abre paso con más valor. La queja se agota, se quebranta… …y la resolución nace del dolor.

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