El duende

Érase una vez, en una pradera verde y exuberante, una joven campesina llamada Liora. Sentada bajo la sombra de un viejo roble, dejaba volar su imaginación con cuentos y leyendas de tierras lejanas. De repente, algo le hizo cosquillas en los pies, haciéndola saltar de sorpresa.

—¿Quién eres? ¿Dónde estás? ¡Sal! —exclamó Liora, mirando a su alrededor con curiosidad y un poco de temor.

—Soy yo, aquí debajo, tu amigo el duende —respondió una vocecilla susurrante que parecía salir de entre las raíces del árbol.

—¿Por qué me has hecho cosquillas? —preguntó Liora, inclinándose para intentar ver al pequeño ser.

—No hagas preguntas y corre —dijo el duende, apareciendo de repente con su sombrero puntiagudo y una sonrisa traviesa—. Mira hacia allí, ¿ves a aquel caminante? Tráelo. Veamos si es amigo y qué hace por aquí. Pregúntale todo lo que se te ocurra.

Liora miró hacia el horizonte y vio a un joven de aspecto cansado, cargando una mochila y apoyándose en un bastón. Su ropa estaba polvorienta, pero sus ojos brillaban con determinación.

—Espera —dijo Liora, reflexionando—. Parece cansado. Démosle posada, que descanse y coja confianza. Ya le interrogaremos después.

El duende asintió con la cabeza, y Liora se acercó al caminante con una sonrisa amable.

—Buen viajero, parece que el camino os ha tratado con dureza. ¿Os gustaría descansar en mi humilde cabaña? —ofreció Liora.

El joven, llamado Erian, aceptó agradecido. Una vez en la cabaña, Liora le sirvió una comida caliente y un té de hierbas. Mientras comía, Erian comenzó a contar historias de sus viajes: de montañas que tocaban el cielo, mares que brillaban bajo la luna y ciudades llenas de maravillas. Liora escuchaba fascinada, sintiéndose transportada a esos lugares lejanos.

De repente, un carraspeo insistente interrumpió la conversación. Era el duende, que había estado escuchando desde un rincón, masticando nueces con entusiasmo.

—Liora —susurró el duende—, es hora de que le cuentes la verdad. Pregúntale si está dispuesto a ayudarnos.

Liora asintió y, con voz seria, se dirigió a Erian.

—Erian, hay algo que debes saber. Esta tierra no es tan pacífica como parece. Un dragón, disfrazado de príncipe, ha encantado a nuestro pueblo y mantiene a todos bajo su yugo. Mi padre, un científico sabio, intentó advertir al rey, pero fue desterrado. Ahora, él y yo vivimos aquí, lejos de la ciudad, pero no podemos hacer frente al dragón solos.

Erian escuchó con atención, sus ojos reflejando tanto preocupación como determinación.

—¿Y qué puedo hacer yo? —preguntó.

El duende saltó al centro de la habitación, sosteniendo un frasco, una brocha y una ballesta.

—Estas son las herramientas que necesitas —dijo el duende—. El frasco te hará invisible, la brocha romperá el encantamiento al pintar las puertas, y la ballesta… bueno, esa será tu arma contra el dragón.

Erian tomó los objetos con manos firmes.

—No soy un héroe —dijo—, pero si puedo ayudar, lo haré.

Al día siguiente, Erian partió hacia la ciudad. Siguiendo las instrucciones del duende, bebió del frasco y se volvió invisible. Con la brocha, pintó las puertas de las casas y del palacio, liberando a la gente del encantamiento. Finalmente, enfrentó al dragón en su guarida. Con un tiro certero de la ballesta, lo derrotó, liberando al pueblo de su tiranía.

Cuando Erian regresó, Liora lo recibió con lágrimas de alegría. El pueblo lo aclamó como un héroe, pero Erian declinó el trono.

—El verdadero héroe es el padre de Liora —dijo—. Él merece el honor.

El padre de Liora, sin embargo, prefirió vivir sus últimos días en paz, lejos del bullicio de la ciudad. Erian y Liora, unidos por la aventura y el respeto mutuo, decidieron gobernar juntos, estableciendo un sistema de asambleas donde el pueblo podía decidir su propio destino.

Y así, Erian encontró no solo un hogar, sino también un amor que lo acompañaría en sus futuras aventuras. El duende, por su parte, siguió siendo su fiel compañero, siempre listo para una nueva travesía.

Tras la derrota del dragón, la ciudad comenzó a renacer. Las calles, antes silenciosas y sombrías, se llenaron de risas y cantos. Los comerciantes abrieron sus puestos, los niños jugaban en las plazas, y los ancianos compartían historias bajo el sol de la tarde. Erian, Liora y el duende caminaban por el mercado, observando cómo la vida volvía a florecer.

—Nunca pensé que vería esto —dijo Liora, con una sonrisa que iluminaba su rostro—. Gracias, Erian. Sin ti, esto no habría sido posible.

—No me des las gracias a mí —respondió Erian, modesto—. Fue el duende quien me guio, y tu padre quien preparó el camino. Yo solo fui la herramienta.

El duende, que caminaba a su lado mordisqueando una manzana, se rió entre dientes.

—¡Ja! Herramienta, dice. Erian, eres más que eso. Sin tu valentía, ni el frasco, ni la brocha, ni la ballesta habrían servido de nada. Pero no te preocupes, no te pondré en un pedestal… por ahora —dijo con una sonrisa pícara.

Liora se rió, pero luego su expresión se tornó seria.

—Aún hay algo que me inquieta —dijo—. El dragón está derrotado, pero ¿qué pasará con el reino? El trono está vacío, y el pueblo necesita un líder.

Erian miró a Liora, notando la preocupación en sus ojos.

—No soy un rey, Liora —dijo—. Solo soy un viajero. Pero si el pueblo necesita guía, tal vez podamos encontrar una solución juntos.

El duende saltó sobre un barril cercano, balanceándose con energía.

—¡Ya lo tengo! —exclamó—. ¿Por qué no convocan una asamblea? Que el pueblo decida. Después de todo, son ellos quienes han sufrido y luchado. Merecen tener voz.

Liora asintió, entusiasmada.

—Es una idea brillante. Podemos reunir a los representantes de cada aldea y barrio. Juntos, decidirán cómo gobernar.

Erian sonrió, admirando la sabiduría de sus amigos.

—Entonces, hagámoslo. Pero antes, hay algo que debo hacer —dijo, mirando a Liora—. Quiero visitar a tu padre. Después de todo, él es el verdadero héroe de esta historia.

Al llegar a la cabaña, encontraron al anciano sentado en su sillón, envuelto en una manta. Aunque débil, sus ojos brillaban con orgullo al ver a Erian.

—Así que tú eres el valiente viajero del que tanto he oído hablar —dijo el anciano, con voz ronca pero firme—. Gracias por salvar a mi pueblo.

Erian se inclinó respetuosamente.

—El honor es mío, señor. Sin su investigación y su sacrificio, nada de esto habría sido posible.

El anciano sonrió, extendiendo una mano temblorosa.

—Ven, siéntate. Cuéntame todo lo que sucedió.

Erian y Liora se sentaron junto a él, compartiendo cada detalle de la batalla contra el dragón y la liberación de la ciudad. El duende, por su parte, se acomodó en una repisa, escuchando atentamente mientras pelaba otra nuez.

—Padre —dijo Liora, tomando su mano—, el pueblo quiere que seas su rey. Tú mereces ese honor.

El anciano negó con la cabeza, con una sonrisa triste pero serena.

—No, hija mía. Mi tiempo ha pasado. Lo único que quiero es ver a mi pueblo libre y feliz. Erian, tú has demostrado ser un líder sabio y valiente. El trono debería ser tuyo.

Erian bajó la mirada, reflexionando.

—No soy de aquí, señor. No conozco las costumbres ni las necesidades de este pueblo como lo hace Liora. Ella ha vivido aquí toda su vida. Ella debería gobernar.

Liora lo miró sorprendida.

—¿Yo? Pero… no sé nada de gobernar.

—Tú conoces a la gente —dijo Erian—. Sabes lo que necesitan. Y no estarás sola. Estaré a tu lado, si me lo permites.

El duende saltó al suelo, aplaudiendo con entusiasmo.

—¡Perfecto! Liora como reina, Erian como su consejero, y yo… bueno, yo seré el duende oficial de la corte. ¡Nunca ha habido un trío más formidable!

Todos rieron, y el anciano asintió con satisfacción.

—Entonces, está decidido. Liora, tú serás la reina, y Erian te apoyará. Pero recuerden, el verdadero poder reside en el pueblo. Escúchenlos, y nunca los decepcionen.

Así, Liora fue coronada reina en una ceremonia llena de alegría y esperanza. Erian se convirtió en su mano derecha, y el duende en el consejero más excéntrico pero leal que jamás había tenido un reino. Juntos, gobernaron con justicia y compasión, asegurándose de que cada voz fuera escuchada.

Con el tiempo, Erian y Liora descubrieron que su conexión iba más allá de la amistad. En las noches, paseaban por los jardines del palacio, compartiendo sueños y planes para el futuro.

—¿Alguna vez extrañas tus viajes? —preguntó Liora una noche, mientras observaban las estrellas.

—A veces —respondió Erian—. Pero he encontrado algo que vale más que cualquier aventura: un hogar. Y contigo, Liora, he encontrado más de lo que jamás soñé.

Liora sonrió, tomando su mano.

—Y yo contigo, Erian. Juntos, haremos de este reino un lugar donde las historias de valentía y amor nunca terminen.

El duende, escondido entre los arbustos, sonrió satisfecho. Después de todo, él había sido el catalizador de todo esto. Y aunque nunca lo admitiría en voz alta, estaba orgulloso de haber ayudado a escribir un final feliz.

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