El Caramelo y La Soledad

Era rojo, era dulce, era pequeño,
un consuelo de feria en el bolsillo.
Ahora miro su sombra en el espejo:
azúcar viejo y boca sin brillo.

La casa guarda ecos de envolturas,
ruido de celofán en el silencio.
—¿A quién le importa que ya no se luzcan
dientes ansiosos mordiendo el tiempo?

Se pega en los recuerdos, este almíbar,
a media noche, cuando el frío sube.
Caramelo sin dueño, sin calor de manos,
solo endulzando ausencias en la oscuridad.

Y yo, papel vacío que el viento dobla,
chupando la tristeza que dejaste:
pedazo de cristal que ya no sabes
cuánto duele derretirse solo.

La soledad sabe a caramelo olvidado,
a promesa de fiesta en la esquina,
a lágrima seca en mi almohada.
La misma dulzura que iluminaba
hoy quema lento… pero aún me abriga.

El frasco de vidrio sigue en la estantería,
lleno de colores que nadie elige.
—Caramelos mudos, corazones rígidos—
pero uno guarda un beso que persiste.

Tal vez mañana, alguien rompa el frasco,
y el último caramelo…
aún sepa a esperanza.

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