
En el jardín de la infancia,
una niña se mece,
sus pies rozan el cielo,
su risa el viento besa.
Pero hoy no hay alegría,
hoy sus ojos son llanto,
porque el tiempo la empuja,
y no quiere ser adulta.
«¿Por qué crecer?», susurra,
mientras el columpio gira,
«¿Por qué dejar los sueños,
y enfrentar la mentira?»
El viento no responde,
solo arrulla su dolor,
y la niña se aferra
a su mundo de ilusión.
Pero de pronto, un eco,
un suspiro en su ser,
la lleva a un espejo antiguo,
donde puede verse al revés.
Allí no hay una niña,
sino una mujer de cincuenta,
con arrugas en las manos,
y una vida ya lenta.
Sus ojos se encuentran,
la niña y la mujer,
separadas por el tiempo,
unidas por el ayer.
La mujer sonríe triste,
y la niña deja de llorar,
porque en ese espejo mágico,
puede volver a soñar.
«Crecer no es perderte,
ni dejar de ser tú,
es guardar en el alma
la niña que una vez fui.»
Y el columpio se detiene,
en un silencio eterno,
mientras la mujer abraza
a la niña en su invierno.
El tiempo sigue su marcha,
pero el amor no se va,
porque en el corazón siempre
hay un columpio y un jardín.