
3° Parte: Las Llamas Eternas
Capítulo 1: El Susurro de los Cristales
Cinco años después de la caída de Nadia, Valeria prosperaba bajo el reinado de Petunia, cuyo brazo de obsidiana brillaba con un fulgor inquietante bajo la luz de la luna. Lumina, ahora una niña de cabello dorado y ojos color ámbar, jugaba en los jardines del castillo, donde las flores se inclinaban hacia ella como si buscaran su calor. Pero algo perturbaba la paz: en las minas al sur, los trabajadores hallaron cristales negros que emitían susurros en la misma lengua antigua de las pesadillas de Petunia.
La reina viajó al lugar y, al tocar uno de los cristales, vio una visión: Nadia, desde las profundidades de la tierra, tejía raíces de fuego alrededor del fragmento del Corazón que Petunia escondía. “Tu obsidiana me pertenece”, rugió la voz de la reina dragón. Esa noche, el brazo de Petunia ardió con un dolor insoportable.
Capítulo 2: La Sombra en la Corte
Mientras Petunia investigaba los cristales, un nuevo consejero llegó a la corte: Elias, un hombre de modales impecables y una cicatriz en forma de serpiente en la muñeca. Aldo, desconfiado, lo vigilaba. Pero fue Clara quien descubrió la verdad: al seguir a Elias hasta las catacumbas, lo vio invocar una sombra con ojos de serpiente, idéntica a la de la visión de Aldo en la caverna.
—No es humano —susurró Clara a Aldo—. Es igual al que corrompió a Silas.
Mientras tanto, Lumina comenzó a tener “episodios”: el agua del río hervía cuando lloraba, y las aves cantaban en coro al son de su risa. Petunia temía que Nadia la buscara… o que la niña misma fuera la chispa que reactivara la guerra.
Capítulo 3: El Vuelo del Dragón Dormido
Aldo, desesperado por proteger a su familia, viajó a las Montañas Humeantes en busca de respuestas. Allí, en una cueva sellada, encontró un dragón petrificado, sus alas rotas y su garganta atravesada por una lanza de obsidiana. Al acercarse, la voz del dragón retumbó en su mente: “Soy Thalassar, el último guardian de los dragonantes. Nadia traicionó a los nuestros… y tú llevas su sangre”.
Thalassar le reveló que los dragonantes no eran malditos, sino elegidos para equilibrar el fuego y la tierra. Pero Nadia, sedienta de poder, envenenó su linaje. Para liberar a su estirpe, Aldo debía beber de la sangre del dragón… aunque el precio sería perder su humanidad.
Capítulo 4: El Pacto de la Luna Quebrada
De regreso en Valeria, Elías actuó: envenenó a Petunia con un polvo de cristal negro, debilitando su brazo de obsidiana y dejándola al borde de la muerte. Mientras el caos reinaba, secuestró a Lumina, llevándola a las minas de cristal. Clara, usando las runas que aprendió de los textos prohibidos, trazó un círculo de protección alrededor de Aldo mientras este bebía la sangre de Thalassar.
El cambio fue violento: escamas doradas cubrieron el cuerpo de Aldo, y sus ojos se volvieron pozos de lava. Pero conservó la mente… por ahora.
—Encuéntrala —rogó Clara, con lágrimas de miedo y esperanza—. Salva a nuestra hija.
Capítulo 5: La Ira de la Obsidiana
En las minas, Elías reveló su verdadera forma: un draconis, criatura mitad dragón, mitad humanoide, leal a Nadia. Con Lumina encadenada a un pilar de cristal, comenzó un ritual para fusionar su sangre con la de la niña y revivir a la reina. Pero Aldo llegó, transformado en una bestia dorada de garras y fuego.
La batalla destruyó la mina. Aldo, luchando contra su instinto de destrucción, arrancó las cadenas de Lumina con cuidado, mientras Petunia, debilitada pero viva, apareció con el fragmento del Corazón. Con un grito, lo estrelló contra el suelo, liberando una onda de energía que desintegró a Elias y selló las grietas por donde Nadia escapaba.
Epílogo: Las Llamas Eternas
Lumina abrazó a Aldo, cuyas escamas se desvanecieron al contacto con ella. Petunia, con el fragmento del Corazón ahora reducido a cenizas, entendió que su brazo de obsidiana era un recordatorio, no un arma: “El equilibrio es frágil”, murmuró.
Pero en las profundidades, Nadia rio. Los cristales negros seguían creciendo, y Thalassar, liberado de su prisión petrea, alzó el vuelo hacia el norte. Su rugido prometía una alianza… o una nueva traición.
Mientras tanto, en la cabaña junto al río, Clara encontró una carta anónima con un símbolo de serpiente y dragón. La última línea decía: “El linaje de los dragonantes nunca morirá. Y nosotros lo reclamaremos”.