
4° Parte: El Secreto de Thalassar
Capítulo 1: Las Lágrimas de Obsidiana
Un año después de la batalla en las minas, Valeria enfrentaba una paz engañosa. Las grietas en la tierra comenzaron a exudar un vapor venenoso, y los cultivos se marchitaban bajo un sol cobrizo. Petunia, ahora con el brazo de obsidiana cubierto por runas de contención, descubrió que los cristales negros habían mutado: ahora brotaban como flores metálicas en los campos, cantando en lengua antigua. Mientras, en la corte, un grupo de nobles liderados por el intrigante Lord Kael cuestionaban su autoridad. «La reina está maldita», murmuraban.
Clara, obsesionada con la carta de la serpiente y el dragón, viajó a una aldea abandonada donde encontró un mural que mostraba a los draconis adorando a un dragón de tres cabezas. Entre las ruinas, halló un niño de piel escamosa que le susurró: «Thalassar no es el último… Él busca a los Durientes, los dragones que devoran el tiempo».
Capítulo 2: El Corazón del Invocador
Aldo, cada vez más distante, desaparecía por días en las montañas. Cuando regresaba, sus ojos brillaban como brasas, y escamas doradas le cubrían la espalda. Una noche, Lumina lo encontró en el bosque, hablando con una sombra alada. «Thalassar me llama», confesó. «Dice que debo elegir entre ser padre… o ser rey».
Petunia, desesperada, consultó los archivos reales y descubrió que el fragmento del Corazón destruido era solo uno de tres. Los otros dos estaban ocultos: uno en las Fauces del Abismo, y otro en el Nido de los Durientes. Al revelarlo, Lord Kael la traicionó: con un puñal de cristal negro, intentó asesinarla, pero su brazo de obsidiana reaccionó, reduciéndolo a cenizas. La cicatriz de Kael, una serpiente idéntica a la de Elias, reveló la infiltración del culto.
Capítulo 3: La Danza de los Durientes
Thalassar apareció en Valeria convertido en una tormenta de fuego. Rugió a Aldo: «¡Los Durientes despertarán, y solo tu sangre puede detenerlos!». Reveló que Nadia había envenenado no solo a su linaje, sino al tiempo mismo. Los Durientes, dragones ancestrales, eran guardianes de un ciclo que Nadia quería romper para renacer en cada era.
Aldo y Thalassar partieron al norte, hacia la Fortaleza de Hielo Eterno, donde yacía el primer Duriente. Clara, decidida, usó las runas para teletransportarse junto a ellos, pero el hechizo se corrompió: llegaron a un desierto de relojes de arena gigantes, donde el tiempo se fragmentaba. Allí, Lumina, que se había escondido en el círculo, envejeció y rejuveneció aleatoriamente. «Mamá, veo sus caras…», balbuceó, señalando fantasmas de dragones pasados.
Capítulo 4: El Juicio de las Tres Cabezas
En el desierto, el grupo encontró al Duriente: un dragón esquelético cuyas tres cabezas representaban pasado, presente y futuro. Thalassar lo desafió, pero fue la sangre de Lumina, derramada al caer en la arena, lo que calmó a la bestia. La cabeza del futuro habló: «La niña lleva la semilla de Nadia… y la cura».
Mientras, Petunia, al mando de Valeria, enfrentó una rebelión. Los cristales negros habían poseído a los ciudadanos, convirtiéndolos en criaturas de obsidiana. Con su brazo fracturándose, usó su conexión con el fragmento destruido para invocar un muro de llamas, pero el costo fue alto: su piel comenzó a cristalizarse.
Capítulo 5: El Eclipse de los Elegidos
Aldo, transformado en un dragón dorado, luchó contra Thalassar cuando este intentó sacrificar a Lumina para «purificar su sangre». Clara, usando runas prohibidas, se interpuso y absorbió parte del poder de los Durientes, envejeciendo décadas en segundos. En su último aliento, selló a Thalassar en una prisión de tiempo, gritando: «¡Corran!».
Petunia, con su brazo convertido en una espada de obsidiana pura. Con un golpe, liberó a Lumina, cuyo llanto desencadenó un tsunami de fuego y agua que sepultó a los Durientes. Sin embargo, en la calma, Aldo, semi humano, encontró a Clara rejuvenecida pero con los ojos ahora serpentinos: «Algo entró en mí…», susurró.
Epílogo: El Canto de las Tres Semillas
Bajo la luna sangrienta, Nadia emergió en un cuerpo nuevo: el de Lord Kael, reconstruido con cristales y fuego. En sus garras sostenía las semillas de los Durientes, listas para sembrar el caos.
Lumina, tocando la cicatriz de Aldo, dijo: «Papá, Thalassar no era el enemigo… Él intentaba salvarnos de ella». Mientras, en el norte, la Fortaleza de Hielo Eterno se derrumbó, revelando un portal a una era olvidada donde dragones con rostros humanos aguardaban.
Y en la sombra, el culto de la serpiente y el dragón celebró: «La profecía se cumple. Los Verdaderos Dragonantes volverán».