El poder de una sonrisa: cómo tres libros rompieron mi sequía lectora

Durante años, las páginas de los libros habían dejado de susurrarme historias. Una crisis lectora insidiosa se había instalado en mi vida, dejando estantes polvorientos y esa peculiar tristeza de quien ha perdido un lenguaje íntimo. La promesa de un club de lectura fue mi último intento desesperado, un salvavidas lanzado a un océano de apatía literaria.

El primer intento fue tibio: «Mi nombre es Emilia del Valle» de Isabel Allende no logró conectar conmigo. Me pregunté si mi sequía sería permanente, si aquel lector voraz que fui había desaparecido para siempre. Pero el club, como la lectura misma, exige perseverancia.

Llegó entonces «Crónicas de un Gato. Quizás no soy Dios», y con él, la primera grieta en mi sequía. La ligereza, el humor inteligente y la perspectiva felina me divirtieron de una manera que no recordaba. Fue como reencontrarse con un viejo amigo que te hace reír hasta doler el costado.

Pero el verdadero cataclismo llegó con «Lo que esconde una sonrisa», la historia de Teresa. Aquí no hubo simplemente lectura; hubo inmersión, lo que se dice devorar un libro de manera compulsiva. Terminé el libro en tres sentadas, con esa mezcla de voracidad y desesperación por saber más, por no abandonar ese mundo. Era mi tercera lectura del año, pero sentí que era la primera verdadera, la que marca un antes y un después.

Esta historia verdadera, contada con una valentía que se siente en cada párrafo, tiene esa cualidad eléctrica que te eriza la piel. Teresa no es solo un personaje; es un testamento de resistencia humana, un recordatorio de que las sonrisas a menudo ocultan batallas monumentales. Su historia me removió las entrañas, como bien dice la expresión, pero también me sanó algo que ni siquiera sabía que estaba herido: mi relación con la lectura.

Los tres libros forman ahora en mi memoria una tríada perfecta que marca mi regreso: el intento fallido necesario, la risa reparadora, y finalmente, el golpe emocional que despierta al lector dormido. Cada uno cumplió su función en esta reanimación literaria.

«Lo que esconde una sonrisa» tiene ese magnetismo extraño de las historias verdaderas, donde sabes que cada dolor descrito fue real, cada valentía narrada fue ejercida por alguien de carne y hueso. Eso le da una profundidad y una fuerza que trasciende lo literario para convertirse en algo casi sagrado: el testimonio humano en su expresión más pura.

Ahora, con las páginas de Teresa aún resonando en mí, comprendo que las crisis lectoras no se superan buscando el libro perfecto, sino permitiéndose el viaje completo: el tropiezo, la diversión y, finalmente, esa historia que te toma del alma y no suelta hasta que has aprendido su lección. Mi sequía ha terminado, y en el estante ya espera el próximo libro, mientras la sonrisa de Teresa —y todo lo que esconde— sigue iluminando mi reencuentro con la lectura.

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