El Secreto de las Lagrimas de Obsidiana

1ªParte

En el reino de Valeria, donde las montañas escupían humo y los valles guardaban leyendas de dragones, vivían las princesas Clara y Petunia, hijas del rey César. Clara, la menor, tenía el corazón tan luminoso como su cabello dorado, y solía escaparse al pueblo para repartir pan entre los campesinos. Petunia, en cambio, heredera al trono, desconfiaba incluso de su propia sombra.
Fue en una de esas escapadas donde Clara conoció a Aldo, un joven campesino de ojos color ámbar que esculpía figuras de obsidiana junto al río. Sus risas se entrelazaron con el murmullo del agua, y pronto, el amor floreció en secreto. Pero Aldo guardaba un misterio: sus manos, aunque callosas, dejaban marcas de ceniza en la piel de Clara.
Petunia, observadora como un búho en la noche, notó las sombras bajo las uñas de su hermana y el olor a azufre que impregnaba sus vestidos. Investigó en la biblioteca prohibida del castillo y descubrió que los dragones, tras la última guerra, habían aprendido a tomar forma humana. Sospechó de Aldo.
—Padre, ese campesino no es lo que parece —advirtió Petunia al rey César, cuya mente estaba nublada por los susurros de su consejero, Silas, un hombre de sonrisa serpentina—. ¡Debe ser un dragón!
Silas, cuyos ojos brillaban con ambición, agitó el miedo: —Majestad, ¿recordáis cómo los dragones exigieron sacrificios humanos para mantener la paz? Tal vez Aldo busca venganza.
Mientras el rey dudaba, Silas envió un mensaje cifrado a las montañas. Esa noche, un dragón de escamas negras como la noche secuestró a Clara, dejando tras de sí un pergamino: «La princesa es mía. La paz se rompe».
El giro oculto:
Aldo, desesperado, reveló su verdadera forma ante Petunia: no era un dragón, sino un dragonante, humano maldito por un hechizo ancestral que lo convertía en bestia al sentir ira. Silas, en realidad, era el dragón anciano que había manipulado la guerra años atrás, y ahora buscaba sacrificar a Clara para rejuvenecer su poder.
La princesa Petunia, armada con un puñal de obsidiana (la única piedra que podía herir a un dragonante), se alió con Aldo. Juntos enfrentaron a Silas en su guarida, donde Clara yacía encadenada. En el clímax, Aldo, al borde de la transformación total, usó su propia sangre maldita para corroer las cadenas de Clara, mientras Petunia hundía el puñal en el corazón de Silas, cuyo rugido reveló su verdadera forma moribunda.
Epílogo:
El rey César, humillado por su ceguera, abolió los sacrificios. Aldo, liberado de la maldición al demostrar que el amor era más fuerte que la ira, se casó con Clara. Petunia, ahora futura reina, guardó el puñal de obsidiana bajo su almohada, recordando que hasta en la luz más pura, hay sombras que vigilar.
Y así, Valeria aprendió que los dragones no eran siempre los monstruos, ni los héroes quienes parecían serlo.

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