
Antes del tiempo, en el Verbo inicial,
el Espíritu sobre el caos vibró.
Y de la Nada, por puro amor,
la Tierra, tú arcilla, el Señor modeló.
Te vistió de abismos y de montañas,
con un aliento de vida te inundó.
Y en tu jardín, bajo verdes hazañas,
al hombre, su imagen, te confió.
No eres diosa, eres cuna prestada,
el primer templo que Dios nos dio.
Eres el eco de Su voz sagrada,
el mapa hermoso que Él nos dibujó.
Gimen los montes su alabanza pura,
el río canta salmos al Creador.
En cada fruto hay divina escritura,
en cada trigo, un acto de amor.
Nos diste el lino, nos diste el olivo,
el pan que nace de tu entraña fiel.
Y nosotros, mayordomos negligentes,
manchamos el templo, rompimos el edén.
Perdón por el hacha, por el fuego insensato,
por olvidar que esto es don y no hacienda.
Por mancillar tu rostro sagrado,
que es reflejo de Dios, y no simple tienda.
Que vuelva el hombre, humilde, a tu lado,
a labrar, a guardar, a servir con temor.
A ver en el lago un bautismo claro,
y en la aurora, un promesa del nuevo día de Dios.
Porque al fin, cuando el Hijo vuelva,
la Tierra, cansada, jadeará de gozar.
Y el cosmos entero, nuevo, renacerá:
¡Cielo nuevo y Tierra nueva! Gritará la Creación al Creador