La Danza del Arrecife: Delfín, Ballena y el Pulpo Impertinente 

En las aguas cristalinas del arrecife Mesoamericano, donde los corales pintaban el fondo con colores de ensueño, existía un curioso triángulo amoroso. Azul, un delfín nariz de botella de agilidad deslumbrante, y Cantor, una ballena jorobada de canto profundo y presencia majestuosa, competían, cada uno a su manera, por la atención de Coral, una delfín hembra de mirada inteligente y espíritu libre.

Azul era el alma de la fiesta. Su estrategia era la diversión pura. Invitaba a Coral a carreras veloces entre las olas, giros imposibles cerca de la superficie donde la luz se fracturaba en diamantes líquidos, y juegos de persecución con bancos de peces plateados. Sus silbidos eran risas contagiosas que atraían a tortugas curiosas y rayas manta que se unían a la danza. Azul representaba la alegría instantánea, el vértigo del momento.

Cantor, en cambio, ofrecía una experiencia distinta. Su conquista era lenta, serena, llena de diversidad. La llevaba a las profundidades donde las luces eran tenues y misteriosas, le mostraba jardines de gorgonias ondeantes como banderas de otro mundo, y le enseñaba las rutas migratorias marcadas por las estrellas que solo él conocía. Su arma era el canto: melodías complejas que resonaban en el agua, contando historias de océanos lejanos y ballenas ancestrales. Cantor ofrecía profundidad, conocimiento y la inmensidad del mar.

Coral disfrutaba de ambos. Con Azul, reía hasta que le dolían los costados, sintiendo la libertad del viento y la sal en la piel. Con Cantor, se maravillaba, aprendía y sentía una conexión profunda con el vasto mundo azul. El arrecife vibraba con esta danza única de cortejo, donde la diversión explosiva y la serena diversidad se alternaban, creando un equilibrio dinámico y hermoso. Los peces payasos comentaban, los caballitos de dragón observaban fascinados, y hasta un viejo mero sabio asentía con aprobación.

Pero en una grieta oscura, habitaba Pulpo, un pulpo común de mirada astuta y corazón envidioso. Observaba la alegría del trío, la atención que recibía Coral, y el respeto que inspiraban Azul y Cantor. Le molestaba su armonía, su diversión, su diversidad. «¡Demasiada felicidad para tres!», mascullaba, cambiando de color a un verde agresivo. «Ellos no aprecian la verdadera inteligencia… la mía. Es hora de… diversionarme a mi manera.»

Azul traía conchas brillantes para Coral. Pulpo las arrebataba con un tentáculo veloz, escondiéndolas en su guarida.
Cantor entonaba una balada para Coral. Pulpo lanzaba piedras contra corales huecos, creando disonancias que arruinaban la melodía.
Durante una vertiginosa carrera entre Azul y Coral, Pulpo soltó una nube densa de tinta negra justo en su trayectoria, desorientándolos y provocando un choque cómico (pero molesto) contra un coral cerebro.
Susurraba a los peces damisela: «¿Ven cómo el delfín solo piensa en jugar? La aburrirá». Murmuraba a las langostas: «La ballena es lenta, anticuada. Coral merece más emoción».

La diversión se tornó en frustración. La diversidad de sus cortejos parecía ahora una fuente de conflicto. Azul, impaciente, culpaba a Cantor por ser demasiado lento. Cantor, herido, pensaba que Azul era frívolo. Coral, confundida por los rumores y los contratiempos, nadaba entre ellos con tristeza. El arrecife perdió parte de su brillo.

La gota que colmó el océano fue cuando Pulpo, envalentonado, intentó atrapar a Coral misma con sus tentáculos mientras ella descansaba en una esponja gigante. Un grito agudo de Coral atravesó el agua.

Fue el sonido que unió a los rivales. Azul llegó como un rayo plateado, golpeando con su hocico el cuerpo blando de Pulpo. Cantor llegó como una montaña en movimiento, agitando el agua con un potente aleteo caudal que desestabilizó al pulpo. Juntos, uno con velocidad y el otro con fuerza, acorralaron al intrigante. Azul distraía con giros rápidos mientras Cantor usaba su aliento para crear corrientes que arrastraban a Pulpo lejos del arrecife principal, hacia una zona de corrientes fuertes donde no podría hacer más daño fácilmente.

Ante la guarida vacía de Pulpo (quien escapó, furioso y teñido de rojo vergüenza), Azul, Cantor y Coral se miraron. El conflicto había revelado una verdad más profunda que el cortejo. Coral nadó hacia ambos.
«Azul», silbó suavemente, rozando su aleta, «tu alegría es el sol de mi día».
Luego, se dirigió a Cantor: «Cantor, tu canto y tu conocimiento son la luna que guía mi noche».
Una sonrisa juguetona apareció en su rostro: «¿Por qué elegir el sol o la luna, cuando el arrecife es hermoso bajo ambos? ¿Por qué no… Compartir la danza? Los amo a ambos, de maneras diferentes, pero igualmente fuertes. ¿Podemos bailar juntos?»

Azul y Cantor se miraron, primero con sorpresa, luego con una comprensión que resonó como el eco del canto de Cantor. El amor de Coral no era exclusivo; era expansivo, como el océano. Azul dio un salto alegre. Cantor emitió una nota baja y poderosa de aceptación.

El arrecife volvió a vibrar, pero con una armonía más rica. Algunos días, Coral y Azul jugaban como niños, persiguiendo olas o burlando a los tiburones limón con maniobras audaces. Otros días, Coral y Cantor exploraban cañones submarinos o escuchaban las historias cantadas de las ballenas ancianas. Y a menudo, los tres compartían aventuras: Azul exploraba cuevas estrechas, Cantor vigilaba desde arriba, y Coral coordinaba con inteligencia. Juntos, ahuyentaban a Pulpo cada vez que su sombra reaparecía, ahora con una risa compartida ante sus torpes intentos.

Habían aprendido que el amor y la amistad no siempre caben en moldes estrechos. Que la diversión de Azul y la profunda diversidad de Cantor no competían, sino que se complementaban, creando un tapiz más hermoso. Y que la mejor respuesta a quien viene a «joder» con envidia, es la unión, la diversidad unida, y una buena carcajada compartida bajo la luz del sol que se filtraba desde la superficie, iluminando su peculiar, maravilloso y divertido trío en el corazón del arrecife. El pulpo, desde su grieta lejana, solo podía cambiar a un gris de resignación mientras escuchaba ecos de su alegría.

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