La Princesa sin Nombre 3ª y 4ª parte

—La Maldición de la Aguja—

Pasaron dieciséis años.
El rey, desesperado por un heredero, tomó una nueva esposa. Una joven de mejillas rosadas y vientre fértil, que le dio por fin el ansiado varón. Pero el niño nació con los labios azules y los ojos sin vida, como si algo hubiera succionado su alma antes de su primer aliento.
La corte murmuró. Maldición, decían.
Y tenían razón.
Porque en las profundidades del Bosque de los Suspiros, la hija sin nombre había crecido.

La Princesa de Espinas

La llamaban Nyx, porque la noche era su manto y el silencio, su lengua.
No hablaba. No podía. Pero sus ojos—dos pozos negros donde se ahogaban los secretos—veían demasiado.
La Dama del Bosque la crió como suya. Le enseñó a tejer sombras, a escuchar el dolor de las raíces, a cazar con el miedo como arco.
Y le mostró la aguja.
«Esto,» susurró la Dama, pasando el objeto brillante entre sus dedos de corteza, «es un fragmento de la primera estrella que cayó en este mundo. Los hombres la usan para tallar criaturas a su gusto. Pero tú… tú aprenderás a destrozar lo que ellos han cosido.»

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