Lina y el reloj que soñaba despierto: El Corazón de los Ecos

Séptima parte: El corazón de los ecos

  1. La melodía sin dueño
    El diario de la abuela de Lina guardaba más que palabras: entre sus páginas había una partitura antigua, con notas que parecían moverse bajo la luz de la luna. El reloj de Lina, al tocarla, vibró emitiendo un sonido extraño: una melodía trunca, como si le faltara la mitad. Esa noche, mientras dormía, el aire a su alrededor se llenó de ecos de piano, y una voz susurró en el viento:
    «Encuéntrame donde el tiempo se dobla.»
  2. El puente de las horas quebradas
    Lina llegó en sueños a un lugar nuevo: un puente de cristal suspendido sobre un río de arena, donde el pasado y el futuro se mezclaban. Cada paso que daba mostraba escenas fragmentadas: su padre cantando una canción de cuna, su abuela joven abrazando a un hombre con un violín… y al final del puente, una niña con un vestido de muselina, tocando un piano invisible.
    —Soy Eco —dijo la niña, sin levantar la vista—. Soy lo que el tiempo perdió.
  3. La música atrapada
    Eco le explicó que no era un recuerdo, sino un momento: el instante exacto en que su abuela, décadas atrás, había prometido tocar esa melodía con alguien más… pero algo lo interrumpió. Desde entonces, la canción quedó suspendida, repitiéndose en los bordes del tiempo.
    —Si no la completamos, se desvanecerá —dijo Eco, mostrando sus manos transparentes—. Y con ella, la razón por la que tu abuela dejó de tocar el piano.
  4. La partitura del alma
    Lina buscó a la Tejedora, pero esta vez no era la enemiga:
    —Algunas cosas no se olvidan —le dijo, señalando el reloj—. Se esconden en otros corazones.
    Con un hilo de plata, la Tejedora unió el reloj de Lina al piano de Eco, revelando la verdad: la melodía era un dueto. La parte faltante estaba en el futuro: en Lina misma.
  5. El concierto de los tiempos
    Lina se sentó frente al piano invisible y tocó las notas que nunca había aprendido, pero que su corazón conocía. Eco sonrió, y sus dedos se movieron al unísono. A medida que la música fluía, el puente de cristal se solidificó, y Lina vio la escena completa: su abuela y el hombre del violín (¿su abuelo?, ¿un amor perdido?) separados por una guerra, prometiéndose terminar la canción «cuando volviera a latir el tiempo».
  6. El regalo del eco
    Al despertar, Lina encontró el piano real de su abuela en el desván, polvoriento pero intacto. Sobre él, una nota:
    «Para cuando alguien complete lo que yo no pude.»
    El reloj, ahora con una cuarta manecilla en forma de nota musical, marcaba un ritmo nuevo: el tiempo no solo se comparte… se hereda.
    Epílogo
    Lina abrazó a su padre esa noche, y sin saber por qué, él tarareó la melodía del sueño.
    —¿De dónde es esa canción? —preguntó Lina.
    —No lo sé —respondió él, sorprendido—. Siempre ha estado ahí.

Fin. 🎶⏳

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