Lina y el reloj que soñaba despierto: Las sombras del olvido

Sexta parte: Las sombras del olvido

  1. El susurro de las manecillas
    Pasaron meses desde que Lina salvó Retémora, y el reloj de su abuela colgaba ahora de su cuello, latiendo con una calma que antes no tenía. Pero una mañana, al despertar, notó algo extraño: la manecilla de los minutos brillaba con un fulgor azulado, como si estuviera tratando de señalar algo.
    Al acercarlo a su oído, escuchó un susurro entrecortado:
    —No todos los recuerdos están a salvo…
  2. Las grietas en el tiempo
    Esa noche, Lina soñó de nuevo, pero esta vez no llegó a Retémora. En su lugar, se encontró en un pasillo infinito de espejos rotos, cada fragmento reflejando un instante distinto de su vida: su abuela tejiendo bajo el árbol, su padre riendo antes de partir, incluso momentos que no recordaba haber vivido.
    Entre las sombras, una figura conocida emergió: Temis, pero su capa de engranajes estaba oxidada, y sus ojos de reloj de arena casi vacíos.
    —Algo está mal —dijo, con voz quebrada—. El Coleccionista… no era el único que temía al olvido.
  3. La tejedora de sombras
    Temis le explicó que, mientras Retémora se recuperaba, otra fuerza había despertado en los bordes del tiempo: la Tejedora, un ser que hilaba los recuerdos olvidados para convertirlos en sombras.
    —Ella cree que, si nadie recuerda algo, es mejor borrarlo para siempre —susurró Temis—. Pero sin esos fragmentos perdidos, el tiempo se desmorona.
    Lina miró su reloj: la manecilla azul apuntaba hacia un espejo que mostraba a su abuela joven, sosteniendo un libro que Lina nunca había visto.
  4. El archivo de lo perdido
    Guiada por el reloj, Lina llegó a un lugar bajo Retémora: el Archivo de lo Perdido, una biblioteca donde los libros se desvanecían conforme las personas los olvidaban. Allí, entre estantes que se deshacían como ceniza, encontró a la Tejedora: una mujer anciana con un vestido hecho de letras apagadas, sus dedos convertidos en agujas que cosían silenciosamente páginas rotas.
    —¿Por qué destruirlos? —preguntó Lina, protegiendo un libro que llevaba su nombre.
    —Porque el olvido duele menos que el recuerdo —respondió la Tejedora, sin levantar la vista—. ¿Para qué guardar lo que nadie atesora?
  5. La elección de Lina
    Lina abrió su reloj, y esta vez no liberó recuerdos, sino preguntas:
    —¿Y si alguien sí los busca?
    Entonces, el reloj proyectó imágenes de personas anónimas: un niño buscando la voz de su madre, una anciana tratando de recordar el nombre de su primer amor…
    La Tejedora vaciló. Sus agujas se detuvieron.
    —No puedes salvar todos los recuerdos —murmuró.
    —Pero sí algunos —dijo Lina, tomando su mano—. Los que importan resurgen… cuando menos lo esperas.
  6. El nuevo equilibrio
    Con un gesto, la Tejedora devolvió los hilos que aún brillaban. Los libros del Archivo dejaron de desvanecerse, y Temis recuperó parte de su luz.
    —El tiempo no es solo lo que vivimos —dijo Lina, ya despertando—, sino también lo que otros guardan por nosotros.
    Epílogo
    Al día siguiente, Lina encontró en el desván el libro que vio en el espejo: un diario de su abuela. En la primera página decía:
    «Para la niña que algún día recordará por mí.»
    El reloj, ahora con dos manecillas doradas y una azul, marcaba el compás de algo nuevo: el tiempo no solo se vive, se comparte.

Fin ✨📖

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