Los Ojos Azules de mi Madre

No están aquí, lo sé,
pero en la noche abro la puerta de su color.
Un umbral de zafiro, un tranquilo lago
donde se ahoga mi pena
y nace un barco de luz.

Me sumerjo en su calma,
y el agua, tibia memoria,
me lleva sin esfuerzo.
No hay gravedad en este sueño,
sólo el arrullo de su mirada
que todo lo convierte en posible.

Desciendo por raíces de luceros,
hacia un jardín donde el tiempo
es un río que bebo.
Y allí, en la orilla de la eternidad,
estás tú, mamá,
con las manos llenas de semillas de aurora.
Tu risa mece los árboles de plata,
y tu voz es el viento
que no ha dejado de acariciarme.

Y más allá, bajo un arco de luna antigua,
juega Pablo, con su sonrisa de veinte años intactos.
Le gana una carrera a la nostalgia,
y me toma la mano sin asombro,
como si sólo hubiera pasado un momento
desde la última vez.

Caminamos los tres por este mundo
que tus ojos azules guardan.
No hay adiós que valga en esta orilla,
no hay distancia que melle este encuentro.
Sólo existe el asombro de estar juntos
en el país inmenso de tu mirada.

Y cuando el alba rasca mi ventana,
y la puerta de zafiro se cierra,
no vuelvo con las manos vacías.
Traigo el eco de tu risa en el silencio,
el brillo de Pablo en mi almohada,
y la certeza de que tu mirada
es la llave que cuelga de mi alma
para volver…cada vez que cierro los ojos.

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