Marioneta y Mariposa

En un pequeño teatro olvidado, entre telares polvorientos y luces apagadas, vivía Luna, una marioneta de fina madera y ojos de cristal. Su cuerpo, articulado por hilos invisibles, colgaba dentro de una jaula dorada que brillaba bajo la tenue luz de la luna. Cada noche, la jaula se mecía suavemente, como si el viento intentara arrullarla.

Pero Luna no quería ser arrullada.

Desde su encierro, miraba por la estrecha ventana del desván. Allí afuera, entre las ramas del viejo ciruelo, una mariposa de alas azules danzaba libre, rozando el cielo con la levedad de un suspiro. La mariposa no temía al viento, ni a las alturas, ni al mundo más allá del bosque. Ella simplemente volaba.

¿Cómo sería sentir el aire sin hilos? —murmuraba Luna, mientras sus propias cuerdas la mantenían inmóvil.

El titiritero, un hombre de manos callosas y voz áspera, le había dicho muchas veces: «Las marionetas no vuelan, ni eligen, ni sueñan. Solo obedecen». Y aunque sus palabras pesaban como cadenas, Luna no podía dejar de imaginar el crujido de su madera al romperse, el sonido de sus hilos al cortarse…

Una tarde, cuando la mariposa se posó en el alféizar de su ventana, Luna le preguntó con voz temblorosa:
¿Cómo es volar?

La mariposa, después de un silencio, respondió:
Es dejar que el miedo se lo lleve el viento.

Esa noche, mientras el teatro dormía, Luna hizo algo prohibido: apretó sus dedos contra los barrotes de la jaula y empujó. La madera de sus palmas se astilló, sus articulaciones chirriaron, pero… la puerta cedió.

Al caer al suelo, sintió el dolor agudo de una grieta en su costado. Pero también, por primera vez, sintió el suelo bajo sus pies sin que nadie más lo decidiera por ella.

No tenía alas. No podía volar como la mariposa. Pero arrastrándose, con esfuerzo, llegó hasta la ventana abierta y dejó que la brisa nocturna le rozara el rostro.

Afuera, la luna llena iluminó su sonrisa de madera.

Tal vez nunca sería ligera como la mariposa, pero ya no era prisionera.

(Y al romper sus hilos, descubrió que el verdadero vuelo empieza cuando dejas de temer a la caída).

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