
Hoy el calendario tiene sabor a julio,
a velas que no soplaremos juntos.
Sería tu cumpleaños, Pablo hermano,
y solo puedo enviar besos al cielo,
palomas sin rumbo en este viento frío.
Más de veinte años sin él,
mi sombra gemela, mi cómplice eterno.
El tiempo, ladrón de caras y de risas,
no ha curado la herida, solo la ha hecho casa.
Y no sé cómo los he podido vivir sin él.
Abro las páginas amarillas del diario,
y ahí estás tú, en cada trazo, en cada línea:
«Todo lo hacía con él». La calle era nuestra,
los juegos en el pueblo, el río en verano,
los secretos bajo las estrellas cómplices.
Con la pandilla y los amigos, éramos un solo corazón,
un solo grito contra el mundo.
Pero llegó tu día, el día de la Virgen del Carmen,
su manto azul sobre el mar, su luz dorada…
¿Y la Virgen del Carmen no le protegió?
La pregunta se clava, vieja y amarga,
como una espina en la garganta del tiempo.
Que era su día… y se lo llevó la ausencia,
dejando un silencio donde estuvo tu risa.
Veinte años, Pablo… y cada gesto tuyo
lo busco en el reflejo de mi espejo.
Te hecho de menos en la mesa vacía,
en la anécdota que nadie más recuerda,
en el camino que ya no tiene eco.
Te hecho de menos en lo simple, en lo profundo:
en la complicidad que no necesita palabras,
en la certeza de tener un puerto,
en la rabia que solo tú entendías.
El calendario gira. Julio regresa.
Y yo sigo aquí, con mis besos al cielo,
con este diario que es mapa de tu sombra,
aprendiendo a vivir con un agujero
que tiene tu nombre y tu forma exacta.
Porque veinte años son un largo viaje
sin él, mi hermano, mi norte, mi Pablo.
Y el Carmen sigue en su altar, callada,
mientras yo cuento ausencias hasta el cielo.