No estamos solos

Acrílico de mi autoría que nos representa a mi hermano Pablo y a mi, de pequeños.

Bajo un cielo infinito, donde las estrellas tejían sus destellos como hilos de plata, Elena, una niña de cabellos castaños y ojos llenos de curiosidad, caminaba por el sendero que llevaba al viejo bosque. Era una noche especial, pues el aire parecía cargado de una presencia divina, como si el mismo cielo estuviera susurrando secretos a quienes supieran escuchar.

A su lado, Pablo, un ángel de alas luminosas y mirada serena, la acompañaba en silencio. Su presencia era como una brisa cálida que reconfortaba el corazón de Elena. «¿Por qué las estrellas brillan tanto esta noche, Pablo?», preguntó la niña, alzando la vista hacia el firmamento.

Pablo sonrió con dulzura. «Porque cada estrella es un reflejo del amor de Dios, Elena. Y esta noche, Lola, la estrella más brillante, tiene un mensaje para ti».

En ese momento, una luz intensa descendió del cielo, y Lola, una estrella de destellos dorados y voz melodiosa, apareció ante ellos. «Elena», dijo Lola, «Dios me ha enviado para recordarte que la espiritualidad no está en los grandes milagros, sino en los pequeños detalles. En la sonrisa de un amigo, en el abrazo de un ser querido, en la belleza de la naturaleza que te rodea».

Elena miró a Lola con asombro, sintiendo cómo sus palabras resonaban en su corazón. «¿Y cómo puedo sentir a Dios en mi vida cada día?», preguntó la niña, con voz temblorosa.

Pablo extendió sus alas y acarició suavemente la cabeza de Elena. «A través de la oración, la gratitud y el amor hacia los demás. Dios está en ti, en mí, en Lola y en todo lo que nos rodea. Solo debes abrir tu corazón y sentir su presencia».

Lola brilló con más intensidad, iluminando el sendero. «Recuerda, Elena, que la espiritualidad es como la luz de las estrellas: aunque a veces no la veas, siempre está ahí, guiándote en la oscuridad».

Elena sonrió, sintiendo una paz profunda en su alma. Aquella noche, comprendió que la espiritualidad no era algo lejano, sino un regalo que llevaba dentro de sí. Y mientras Pablo y Lola la acompañaban de regreso a casa, supo que nunca estaría sola, pues el amor de Dios siempre la guiaría, como la luz de las estrellas en el cielo infinito.

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