Oda al Otoño de mi Vida

Hoy mis pestañas no saborean lágrimas,
recogen, en cambio, el rocío de la mañana,
el polvo de caminos que pisan nuevos sueños,
la sal de otros mares que he navegado.

Mis sábanas, revueltas, no enredan ya fantasmas,
guardan el mapa quieto de mis viajes recientes,
el cansancio feliz de quien no se ha rendido,
el calor de un abrazo que ya no se deshace.

Ya no añoro amores que fueron y se fueron,
agradezco su paso, su huella, su enseñanza.
Son estaciones muertas en el bosque que habito,
que abonan la tierra de mi presente verde.

El otoño es más hondo, la luz es más dorada.
La melancolía ya no es un nudo en la garganta,
es una manta suave sobre los hombros,
un té caliente con los que se quedaron,
con los que me guardan, con los que construyen.

Y persiste el anhelo, no de lo que se fue,
sino del horizonte que pide ser besado.
Anhelo de maletas, de trenes, de despedidas
que son solo un “hasta luego» a una parte de mi alma.

Te doy las gracias, Vida, por este año de intrépida,
por el amor que hallé, por los que suelte en paz.
Por demostrarme, un año más, que el tiempo
no engaña al espejo, solo talla con más arte
la mujer que soy, la que seré mañana.

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