
Cierro una puerta al viento del ayer,
donde el miedo esculpió su huella fría,
y abro una ventana hacia el taller
donde Santa Teresa bordaba armonía.
Prometo, Cristo, en tu mirada fiel,
vestirme de valor, templar el alma,
para erguirme en tu siembra de clavel
cuando llegues con trompetas de calma.
Tu cruz, cicatriz del amor más puro,
sangre que abraza al hijo descarriado,
en tu costado abierto hallo el muro
que derriba mi orgullo, desollado.
Resucitaste entre el alba y el luto,
y ascendiste a la casa del Padre,
donde tu mano, surco de absoluto,
acaricia mis noches de renacimiento.
Hoy me perdono, como Tú perdonaste,
mis heridas son ramas de tu olivo,
en mi pecho, el cansancio se aquieta,
porque descanso en el nido que has tejido.
Esperas, Cristo, en la eterna morada,
no con juicio, sino con pan y vino.
Tu promesa es ventana entrecerrada:
sopla en mí… y seré tu camino.
Inspirado en Santa Teresa de Jesús y la devoción hacia la Pasión, este poema entreteje el perdón propio con el amor sacrificial de Cristo, invitando al descanso en Su gracia eterna.