
Llegaron con la luz de junio en la alforja,
al alba que doró la cerámica antigua.
Úbeda abrió sus plazas, su memoria esbelta,
a un pueblo peregrino que en verso se cobija.
Olía a pan recién, a aceite y a confianza,
entre tazas humeantes, risa matutina.
Allí, una poeta frágil —cristal en la mirada—
tejía sus palabras como fina neblina.
Tropezó con la sombra de un arco renacentista,
mas antes que en la piedra, en versos quebró el alma.
Su amiga, sin preguntas, le ofreció el brazo firme:
«Camina junto a mí, que la poesía es calma».
Confidencias brotaron como fuente en la plaza,
al sol que acariciaba cada noble esquina.
Poetas del Cantábrico, del Duero, del Levante,
dehesas extremeñas, Guadalquivir en calma,
y la tierra más nuestra, Jaén, radiante y constante,
tejiendo un solo mapa dentro del alma.
Las palabras volaron en palacios de ensueño,
patios renacentistas, iglesias de oro y piedra.
Ella, entre columnatas, volvió a perder el paso,
su verso —agua entre grietas— tembló en la voz incierta.
Pero siempre a su lado, un abrigo sin ruido:
el brazo de su amiga, refugio que no aleja.
«¿Ves? Hasta el mármol viejo guarda hendiduras bellas…
tu grieta es luz», le dijo mientras el silencio reza.
No solo fue el sonido grave del poema dicho,
también la risa fresca, el juego compartido,
el reto ingenioso, el verso improvisado,
corazones abiertos, un espíritu unido.
Y en cada escalinata, en cada adarve estrecho,
aquella compañera —sombra fiel y discreta—
fue baluarte y almohada, fue soplo contra el miedo,
mientras el sol doraba la fragilidad perfecta.
Se fueron con el eco de las últimas rimas,
con sabor a aceituna y a amistad profunda.
Llevan en sus zurrones luz de Andalucía,
y un trozo de este encuentro que ninguna hora trunca.
Ella, la de los versos quebrados como espinas,
llevó algo más hondo: el calor de un abrazo
que convirtió sus tropiezos en estrofas divinas.
¡Nadie vio cuando el cristal se hizo fuerza en el brazo!
Poetas de Bilbao, Valladolid, Valencia,
Extremadura brava, Sevilla en su esplendor,
y Jaén, anfitriona con su orgullosa esencia,
¡y dos almas fundidas en un mismo temblor!
Queda el rumor del viento en la Sierra Mágina
cantando aquel cuidado que convirtió en ternura
el tropiezo en poema, el frágil en destino:
¡Úbeda fue el milagro de una amistad tan pura!