
Veintitrés años sin tu risa clara,
sin ese abrazo que aliviaba el día,
Pablo, hermano, luz de alegría,
solitario y fuerte, como el mar en la madrugada.
Te recuerdo en cada esquina,
en el ruido de los amigos al llegar,
en el chiste fácil, en el café sin terminar,
en la canción que nadie apaga.
Eras el alma de la fiesta,
el faro callado en la tormenta,
el que cargaba penas ajenas
y escondía las propias tras la puerta.
Hoy el viento mece tu nombre,
lo arrastra entre fotos y silencios,
y aunque el tiempo pase lento,
tu esencia no se esfuma, no, no se esfuma.
Veintitrés inviernos, Pablo,
y aún pregunto por qué te fuiste tan pronto,
pero en mis sueños sigues siendo
el hermano que ríe a mi lado,
el cómplice eterno,
el sol que no se apaga.