
Por Elena, 9 años
La casa de mis abuelos en Jaén era un lugar mágico. Se llamaba Villa Consejo, y tenía una palmera centenaria, para mí era como entrar en un cuento. Cada vez que llegábamos, mi hermano Pablo y yo corríamos por el camino de piedrecitas blancas que serpenteaba desde la puerta hasta la entrada de la casa. Las piedras eran suaves, redonditas, como si el río las hubiera pulido durante años solo para que nosotros pudiéramos pisarlas. Yo siempre me imaginaba que ese camino era el mismo que llevaba al país de Oz, y que en cualquier momento aparecería el Espantapájaros o el León Cobarde para acompañarnos.
La casa era grande y antigua, con azulejos en las paredes que formaban dibujos geométricos. A mí me gustaba seguir los patrones con el dedo, como si estuviera descifrando un código secreto. En el jardín había una palmera que se mecía con el viento, y una fuente que cantaba día y noche. El sonido del agua era como una canción de cuna que te acompañaba a todas partes.
Dentro de la casa, lo que más me llamaba la atención era el piano. Era grande, negro y brillante, y siempre estaba cerrado. Mi abuelo decía que era un mueble de adorno, pero yo estaba segura de que, si alguien lo tocaba, la casa entera cobraría vida. Mi tía Clara, que venía de visita los fines de semana, era la única que se atrevía a abrirlo. Tocaba melodías tristes que hacían que todos nos quedáramos en silencio, como si el tiempo se detuviera.
Los colchones de la casa eran especiales. No eran como los de nuestra casa en la ciudad. Eran blandos, de plumas, y cuando te tumbabas en ellos, parecía que te abrazaban. Mi hermano y yo nos tirábamos sobre ellos y reíamos sin parar, hasta que mi madre nos regañaba y nos decía que no los rompiéramos. Por las noches, mi abuela nos ponía calentadores de cama, unos bultos de tela llenos de algo caliente que olía a lavanda. Yo siempre me imaginaba que eran bolsas mágicas que espantaban a los monstruos de debajo de la cama.
Los interruptores de la luz también eran diferentes. Eran de porcelana, con formas de lluvia y de pera. A mí me encantaba apretarlos y escuchar el clic que hacían, como si fueran pequeños botones que controlaban el mundo. Mi hermano, que era menor que yo, me decía que si los apretaba demasiado, la casa se apagaría para siempre. Yo le creía, pero igual los apretaba, solo para ver si era verdad.
En Villa Consejo siempre había gente. Mis padres, mis abuelos, mis tíos, mis primos… Todos parecían encajar en ese lugar como piezas de un rompecabezas. Mi tío Javier, el más joven de los hermanos de mi padre, siempre nos contaba historias de cuando él era pequeño y se escapaba a nadar al río. Mi prima Sofía, que tenía mi edad, era mi compañera de aventuras. Juntas explorábamos el jardín, buscando tesoros escondidos entre las plantas.
Una tarde, Sofía y yo decidimos que el jardín era un reino mágico y que nosotras éramos las princesas que lo protegían. Usamos ramas de la palmera como espadas y nos pusimos coronas hechas de flores. Mi hermano Pablo nos vio y quiso unirse, pero nosotras le dijimos que solo podía ser el dragón. Él se enfadó y nos persiguió por el camino de piedrecitas, hasta que mi abuela salió a regañarnos y nos mandó a merendar.
La merienda en Villa Consejo era siempre una fiesta. Mi abuela preparaba bizcochos y magdalenas, y mi abuelo nos servía leche con cacao en tazas de porcelana que tenían dibujos de pájaros. Nos sentábamos todos alrededor de la mesa grande del comedor, y mientras comíamos, los adultos hablaban de cosas que yo no entendía, pero que me sonaban importantes.
Por las noches, cuando todos se iban a dormir, yo me quedaba despierta un rato, escuchando los sonidos de la casa. El crujido de las maderas, el canto de la fuente, el viento moviendo las hojas de la palmera… Todo parecía susurrar que Villa Consejo era un lugar especial, un refugio donde el tiempo se detenía y los recuerdos se guardaban para siempre.
Y así, entre risas, historias y sueños, pasábamos los días en la casa de mis abuelos. Para mí, Villa Consejo no era solo una casa; era un mundo entero, lleno de magia, amor y secretos esperando a ser descubiertos.
Bravo!
Muy bonito!
Muchas gracias 😘
Es un cuento tierno, entrañable y sobre todo mágico, pues son mágicos los recuerdos de esas edades.
Muchas gracias 😘